lunes, 30 de marzo de 2020

Los ojos de Tiffany (Capítulo 3/7 - Jacob)

Amistad... Traición... Violencia...



Capítulo 3

Jacob

La camarera, con torpe ademán, dejó en la mesa el vaso y la botellita de Fanta que había pedido Novoa y recogió el vaso y la botellita vacías. Entonces, justo cuando se giraba para volver a la barra, Novoa la sostuvo del brazo. Jacob seguía en su mundo.

—Oye, preciosa, ¿hasta cuándo has dicho que ibas a estar sustituyendo a Sara?

Novoa dio una calada al cigarrillo y le soltó el humo en la cara. La joven, de no más de veinte años, tosió; parecía asustada.

—Hasta que se recupere de la operación, señor —dijo vacilante.

Novoa suspiró consternado, haciendo bailar los pelos del bigote.

—Entonces te enseñaré cómo me gusta que me atiendan y sirvan; me vas a ver todos los días que estés aquí, ¿sabes?, así que atiende, porque no me gusta repetir las cosas ciento de veces. —Volvió absorber un poco más de nicotina—. Para empezar, cuando me veas entrar por esa puerta, ya debes preparar mi Fanta. No esperes a que te la pida, no. La preparas y me la traes. Y con preparar me refiero a que quiero que seas tú quien llene el vaso: para eso te pagan, y para eso te dejo propina. Para terminar, cuando veas que mi vaso está vacío, no esperes a que yo te llame, como ahora. Preparas otra Fanta, vienes, la dejas en la mesa, te llevas el vaso vacío y todos contentos, ¿de acuerdo?

La joven camarera miró con ojos desorbitados a Jacob, pero este no daba señales de haber escuchado una mierda de lo que había dicho su compañero. A continuación volteó la cabeza hacia la barra, en busca de ayuda, pero nadie les prestaba atención.

—¿De acuerdo? —repitió Novoa moviendo el brazo de la chica para enfatizar su pregunta.

—S-Sí —logró decir al fin—.  Va-Vale.

En cuanto se vio liberada del yugo de la mano de Novoa, se encaminó a paso ligero hacia la barra. Novoa la contempló alejarse con expresión desolada. Esa chica no volvería mañana, y tendría que volver a explicarle todo aquello a otra sustituta.

Negando con la cabeza, se dispuso a echarse él mismo, por segunda vez en la noche, la naranja en el vaso, pero entonces vio a Jacob y lo que les había contado Río antes de irse volvió a ocupar todos sus pensamientos, los cuales se habían desviado durante unos instantes hacia el tema de la camarera. Novoa no había estudiado: dejó las clases a los once años para dedicar toda su atención a las drogas y, sobre todo, al alcohol. Este le destrozó el hígado y tuvo que ser trasplantado después de un largo y agónico periodo de espera. De modo que lo único que había leído en su juventud fueron las etiquetas de las botellas que contenían líquidos tóxicos, pero no era tonto. Sabía sumar dos y dos, al menos hasta ahí llegaba, y sabía lo que se cruzaba por la mente de su compañero.

Mientras llenaba el vaso y daba una última calada al cigarrillo, le preguntó:

—¿Cómo ha dicho Río que se llamaba el marido de esa mujer?

Jacob parpadeó y clavó los ojos en los de Novoa. Permaneció en silencio.

—¿Santiago? —inquirió Novoa.

Jacob pegó un buen trago a su ron con cola.

—Dime —habló por fin, no sin antes aclararse la voz—. Antes, cuando me has llamado, dijiste que justo cuando ibas a salir del coche para llevar a cabo el trabajo viste a un hombre acercarse a mi casa, y que tuviste que volver al coche. —Novoa asintió con un gesto de la cabeza, y bebió de su vaso—. ¿No le viste la cara?

—No. Yo estaba lejos, y el tío cruzó la calle en dirección a la casa por la acera en la que yo estaba aparcado. Solo vi su espalda mientras cruzaba, y cuando salió de la casa se alejó por la otra acera. Pero había algo en él que me resultaba familiar.

Se llevó el vaso a la boca de nuevo, sin dejar de mirar a Jacob. Luego encendió otro cigarro.

Jacob miró a otro lado, pensativo.

—Te llamas Santiago, ¿verdad? Ese es tu nombre real —preguntó Novoa de repente, oculto tras el humo.

Jacob volvió a mirarle.

—Sí, es una variante.

—Lo sé. ¿Crees que él lo sabe? ¿Habrá visto alguna foto tuya en la casa?

—No creo. La muy zorra las quitó todas hace tiempo. Todas en las que salía yo, claro. Llevo semanas sin dormir allí. He alquilado un pequeño piso en el centro. Ruido y contaminación, vaya puta mierda. Y mientras tanto, la muy zorra allí, alejada de todo, durmiendo en silencio y con la calefacción que yo pago a tope en invierno, joder.

—¿Por qué no os divorciáis?

—¿Y que se quede con mi coche también? Por no hablar que la casa terminaría siendo suya definitivamente.

—¿Y ella qué opina?

—¿Ella? —Jacob levantó el labio superior y mostró los dientes, igual que un perro a punto de atacar. Antes de continuar dio un buen trago—. Ella disfruta como una jodida niña. Prefiere que yo sepa que con un juicio puedo quedarme sin nada, y me controla de este modo.

Novoa silbó.

—Sí es zorra, sí. No me dijiste nada de esto cuando me contrataste para matarla. Solo me confesaste que tú no eras capaz, pero viendo lo que te está haciendo…

—Llevamos juntos desde los quince años. Hay cosas que un hombre no puede hacer por sí solo, por mucho que las desee.

—Entonces, ¿qué? —preguntó finalmente Novoa, aunque ya sospechaba la respuesta.

Jacob resopló y tardó en responder.

—Hay que matar a Río.

Novoa asintió y después dio un último trago a su Fanta Naranja servida por sí mismo. También aplastó el cigarrillo contra el cementerio que había en el cenicero.

—¿Quieres que lo haga yo?

—¿Por qué te ofreces? —inquirió Jacob frunciendo el ceño.

Novoa se encogió de hombros.

—Bueno, digamos que Río nunca me cayó bien. ¿Sabes que quería tirarte a la cuneta como un perro el día que te dispararon? Además, así me gano un dinerillo extra; no pienses que lo voy a hacer gratis.

—Vale, hazlo —dijo Jacob tras reflexionar unos segundos—. Luego ve a mi casa. Te estaré esperando con ella; no soy capaz de hacerlo, pero sí de verlo. Necesito saber cómo averiguó que quería matarla. Ese debe ser el motivo de que contratara a Río; es una zorra pero no una asesina. Solo el saber que su vida está en peligro es el único motivo que la pudo llevar a ello. No hay nada que ame más que su vida. Pero ¿cómo se dio cuenta de ello?

Justo cuando Novoa se levantaba para ir en busca de Río, este irrumpió en el bar dando tumbos.

—La botella, chicos. —Se había bebido media botella de Jack Daniel’s, sin embargo, Río tenía un aguante admirable; se tambaleba ligeramente, pero no arrastraba las palabras—. Vaya cabeza la mía. Esa mujer no me deja pensar en otra cosa.

Al mismo tiempo, las cabezas de Jacob y Novoa giraron hacia la botella medio llena de whisky que había sobre la mesa y que a ambos les había pasado desapercibida. Todas las noches, Río hacía lo mismo. Compraba la botella entera. ¿Para qué andar perdiendo el tiempo pidiendo cada dos por tres que le rellenen el vaso?, decía. Así que la compraba y así la tenía siempre a mano. Se bebía la mitad, y se la llevaba a su casa para beberse la otra mitad allí. Conducir borracho era una irresponsabilidad; conducir medio borracho más seguro.

Entró decidido, con paso resuelto aunque un tanto oscilante hacia la mesa donde sus dos compañeros y amigos lo miraban pálidos y con las pupilas contraídas. En cuanto los alcanzó, se detuvo. Les dirigió una mirada escrutadora, una de esas suyas que parecían leer todos tus secretos. Luego entrecerró los ojos y se desternilló mostrando sus dientes de caballo.

—Vaya dos —dijo entre carcajada y carcajada—. Ni que hubierais visto a la pasma.

Cogió la botella sin más y se despidió de ellos con un «Mañana nos vemos» sin dejar de reír.

Jacob le hizo una seña a Novoa con la barbilla, y este salió del bar tras Río.


jueves, 26 de marzo de 2020

Los ojos de Tiffany (Capítulo 2/7 - Ritual)

Amistad... Traición... Violencia...


Capítulo 2

Ritual

Jacob, Río y Novoa estaban sentados a la mesa rinconera de la zona para fumadores del bar al que acudían todas las noches. Jacob mantenía el vaso de ron con cola rodeado por ambas manos, muy serio y con la mirada perdida en su contenido; Río se terminaba de beber su dosis diaria de Jack Daniel’s, pues ya se iba; Novoa pedía otro vaso de Fanta Naranja a la camarera. Su cigarro llenaba de humo el ambiente.

Se habían conocido en un trabajo conjunto y desde entonces realizaban aquella ceremonia como una especie de ritual. Es curioso cómo la cercanía de la muerte puede estrechar amistades.

Dos años atrás eran tres desconocidos. Tres sicarios a los que contrataron para realizar un trabajo tan complicado que se necesitaba más de una persona. Ellos fueron los elegidos y así, en la reunión del misterioso hombre que se escondía tras unas gafas de sol y la escasa luz de la habitación de un edificio abandonado, se vieron por primera vez. A Río le molestó que no se le vieran los ojos, a Jacob le despertó una curiosidad que luego fue saciada tras descubrir cuál era el objetivo, y a Novoa… bueno, a Novoa le daba todo igual desde que estuvo a punto de palmarla de cirrosis.

Esos fueron los nombres que se dieron cuando salieron del despacho improvisado en un edificio abandonado. No eran sus nombres reales, claro. Jacob utilizaba un seudónimo del suyo propio; Río por su inexorable decisión; y Novoa…, bueno, Novoa simplemente se debía a un particular y personal gusto por ese apellido. Decía que si pudiese cambiar su apellido real, lo haría por aquel.

El misterioso hombre que se escondía tras las gafas de sol en una habitación oscura de un edificio abandonado quería asesinar al presidente del equipo de futbol del cual era afiliado. No dijo la razón; ninguno se la preguntó. Pero los tres recordaron haber oído la noticia de la ruina que había supuesto para aquel equipo una venta y fichaje fallidos, fruto, al parecer, de un arrebato irracional. Tal vez la podredumbre de aquella fruta había llegado hasta el bolsillo del hombre misterioso.

El motivo por el que se necesitaba a más de un asesino era que el presidente del equipo había recibido varias amenazas por parte de aficionados y a saber de quién más, y se había establecido una excesiva protección a su alrededor.

La cosa salió mal, aunque no del todo. No lograron matar al presidente, pero sí asustarle lo suficiente como para que dimitiera y calmara así las tensiones de todo el mundo, incluidas las del hombre que les contrató, que por cierto, y como era lógico —ya que no cumplieron exactamente lo convenido—, no les pagó ni un duro. Jamás lo volvieron a ver.

Jacob fue el más perjudicado. Una bala le atravesó limpiamente el abdomen, destrozando uno de sus muchos chalecos de seda y rozándole la cadera, lo que le dejó una cojera permanente. Los rastros de sangre no llevaron a la policía científica a ningún sitio. A veces, un simple hecho, un simple detalle, o un conjunto de estos aparentemente sin relación, pueden suponer la modificación del transcurso de una historia. Si la bala hubiese atravesado el vientre de Río o Novoa, todo hubiera sido muy diferente, pues ambos estaban fichados; pero el titiritero que mueve los hilos del mundo quiso que la sangre derramada fuera la de Jacob, el único de los tres que no tenía antecedentes.

Cuando Río y Novoa se percataron del daño, no dudaron ni un instante en coger a Jacob y sacarlo de allí.

Mientras Río conducía rumbo a aquel edificio abandonado, no paraba de decir que debían echarlo del coche, que se las apañara él solo, aunque lo hacía en contra de un sentimiento encontrado que latía en su interior. Quizá fuera por el trabajo que ambos compartían, o porque aquel Jacob le había caído bien.

Novoa, quien iba detrás presionando la herida con su jersey negro, pronto morado por la abundante sangre, trataba de hacerse oír por encima de los gritos de Jacob.

—¡No vamos a dejarle morir, ¿me oyes, palurdo?! ¡Yo sé lo que es estar al otro lado, y te aseguro que no hay ningún barbudo extendiéndote la mano para entrar en el paraíso!

Así que finalmente permanecieron juntos durante una semana en aquel edificio abandonado. La herida fue tratada de inmediato por un doctor conocido de Novoa. Río insistió en no dejar marchar al hombre, y le costó horrores confiar en las palabras de seguridad de Novoa.

Y de este modo se conocieron y forjaron una extraña amistad. Y todos los días, a las diez y media de la noche, hora a la que planearon asesinar al presidente del equipo de fútbol y a la que se fue todo a la mierda, quedaban en ese bar. Siempre hablaban de lo mismo, de cómo les había ido el día, si les habían contratado para un nuevo trabajo, si lo habían realizado ya, cosas de sicarios. Aquello era de lo único que hablaban; ninguno conocía la vida personal del otro, si no fuera así, ¿para qué les servirían ya los seudónimos?

Río les había contado, justo antes de dejar por la mitad a Jack Daniel’s —como era habitual en él—, su entrevista con la mujer que quería ver muerto a su marido, y esa era la razón por la que Jacob permanecía con la mirada perdida en el líquido oscuro de su vaso de tubo, como si en esa deliciosa mezcla estuviera la lógica de todo lo que acababa de escuchar.





lunes, 23 de marzo de 2020

Los ojos de Tiffany (Capítulo 1/7 - Río)

Amistad... Traición... Violencia...


Capítulo 1

Río


—¿Cómo ha dicho que se llama? —preguntó la mujer.

—Río.

—¿Es un apellido sudamericano o algo de eso?

Río echó la cabeza hacia atrás al tiempo que mostraba su enorme dentadura de caballo. La carcajada hizo temblar las alargadas lágrimas de cristal de la elegante lámpara que pendía del techo del salón.

Aquella mujer le había gustado desde el principio. Una de las razones por las cuales siempre exigía un trato personal con su cliente era para poder mirarle a los ojos. Su objetivo era sumergirse en esos dos diminutos pozos capaces de contener una infinidad de secretos. Río trataba de averiguar qué había tras la mirada de una persona que desea matar a alguien, arrebatar la existencia de otro ser humano, casi siempre su propio familiar. ¿Lo lograba? Bueno, se esforzaba al máximo, pero él era un sicario, no un puto psicólogo. Aunque no cesaría en su búsqueda de la verdad.

La otra razón estaba a punto de explicársela a la mujer. La anterior era su tesoro particular, pero de la siguiente debían ser conscientes sus clientes. Este era, por así decirlo, su lema.

—Verá, encanto, no he venido aquí a charlar con usted sobre mi nombre. Tampoco me interesa el suyo, así que no se moleste en decírmelo. —Y ahí iba su mensaje—. La localización del cliente es lo único que me importa.

—Por eso quería venir aquí para hablar del servisio que nesesito en lugar de haserlo por teléfono. Entiendo. ¡Qué estúpida he sido!

«¡Qué estúpida he sido!», había dicho la despampanante mujer que Río tenía delante. En ese momento las pupilas de sus ojos deberían haberse contraído y dirigido al suelo, la piel debería haber ido perdiendo ese bronceado latino hasta adoptar el tono del papel más puro, y gotitas de sudor frío deberían empezar a despuntar sobre la frente. Sin embargo, los ojos negros de aquella mujer se negaron a cambiar de tamaño y permanecieron fijos en los de él, la piel no mostró ningún cambio tonal y la frente permaneció tan lisa y seca como siempre.

Río no pudo evitar tragar saliva antes de hablar.

—Bien, ¿qué es lo que quiere? —Cada vez que formulaba esa pregunta le resultaba más repugnante e innecesaria. Todos querían lo mismo: matar a alguien; o como decía él: arrebatar la existencia humana.

—Siéntese, por favor.

Río tardó en reaccionar. ¿Qué clase de persona le ofrecía asiento a un sicario?

«La clase de persona que no se asusta cuando el mismo sicario dice tenerla localizada», pensó mientras sus piernas le llevaban al sofá de ante dorado.

—¿Quiere beber algo?

Hubiera deseado un vaso de agua: esa mujer le estaba dejando seco sin siquiera tocarle, lo que, al contrario de desagradarle, le fascinaba y le ponía, pues al fin había encontrado a alguien a su nivel, pero denegó la oferta.

Ella posó en el suelo una maleta de viaje y se sentó a apenas unos centímetros de él, a pesar de que había un sillón al lado del sofá, ladeado hacia este de tal modo que podrían verse las caras sin ningún problema.

Fijó esos impenetrables secretos negros en los azules de Río y tras unos segundos que aceleraron el corazón del hombre, al fin dijo lo que quería.

—Verá, Río, sé que mi marido quiere matarme. Es solo cuestión de tiempo que lo haga, por eso nesesito sus servisios cuanto antes. Quiero verlo muerto.

A Río le sorprendió la forma en que lo dijo, e hizo un esfuerzo para evitar exteriorizar esa reacción. Por el suave arqueado de una de las comisuras de los labios de ella, dedujo que había fracasado.

No había dicho la resabida frase: «Quiero matar a…» O «Quiero que mates a…». No. Había dicho «Quiero verlo muerto». Dios mío, ¿podía ser esta mujer aún más perfecta?

—Sí, ha oído bien —aseguró ella—. Quiero verlo muerto. Está claro que usted está aquí para matar a alguien: es su trabajo; es a lo que se dedica. Y lo que yo quiero es una garantía de que lo cumple. De que cumple su trabajo y mi dinero no cae en saco roto. ¿Cree que podrá haser eso? ¿Cree que podrá haserlo por mí, Río?

Esa última pregunta, tan cercana y formulada casi en un susurro, fue directa a su entrepierna. Le había dicho que no había ido allí para hablar de su nombre, pero ¡qué cojones! Esa mujer era una perla entre un centenar de ostras vacías. Si a ella le interesaba su nombre, no sería él quien la dejara con las ganas de saber la verdad.

—Encanto, ¿por qué crees que me hago llamar Río? No es sudamericano, por supuesto, tú deberías saberlo; ni siquiera es real. Me hago llamar así porque cuando alguien compra mis servicios, no ceso hasta conseguirlos. Porque soy inexorable. Como las aguas de un río.


jueves, 19 de marzo de 2020

Los ojos de Tiffany (Prólogo)

Amistad... Traición... Violencia...


Jacob y Río sostenían sus respectivas pistolas en las manos. Los cañones apuntaban a la cabeza del contrario, casi rozando las frentes pringadas de sudor. Si uno se fijaba bien, podía ver un ligero movimiento en el arma de Jacob: estaba temblando. Sin embargo, la que sostenía Río se mantenía tan firme como si una mano externa, una que estuviese contemplando el funesto espectáculo, hubiese pulsado el Pause de un mando.

Desde luego, era lo que cabía esperar de Río, por eso a Jacob no le dolió el hecho de que su compañero no mostrara un ápice de compasión; además, ahora mismo estaba tan confuso, que solo podía pensar en una cosa.

Durante un breve segundo, se preguntó qué estaría pensando Río.

Las palabras de su rival, antes del doble retumbar de los disparos, contestaron a esa pregunta. Unas palabras que no distaban demasiado de lo que rondaba por su futura masa de sesos desparramados.




*Nota: Los ojos de Tiffany es uno de los relatos de los que más orgulloso y satisfecho estoy, pero también de los más largos, por eso he decidido volver a publicarlo y esta vez por capítulos. Pienso que este formato en partes le viene muy bien y ayuda a su lectura en una plataforma como esta. 

Espero que lo disfrutéis tanto como yo lo hice escribiéndolo allá por 2015.


'El Espejo' GRATIS


¡Hola!

Os escribo para deciros que podéis adquirir gratis el ebook de El Espejo hasta el sábado. De este modo me uno a los Compañeros de Palabras que ya están regalando sus obras estos días. Porque ¿qué mejor manera de pasar el tiempo en casa que leyendo?

¡Espero que os guste!

"¿Y si fueras el último?"

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jueves, 5 de marzo de 2020

Reseña de 'La cama de ciprés', de Vicente Blay Casino Serra


Una historia que tiene más de drama y thriller que de novela policíaca.

La construcción de los personajes es excelente, sobre todo la del protagonista y su vida. Al igual que la del asesino ficticio, escrito por el propio protagonista, al que conocemos, en un ejercicio de metaliteratura, gracias a extractos del libro que estaba escribiendo el personaje.

El retrato psicológico de este asesino en serie así como la historia personal del protagonista es muy interesante (lo que más me ha gustado) y está muy bien narrado y estructurado gracias a un estilo de un autor que demuestra tener mucho talento.

Vicente Blay controla los recursos literarios a la maravilla y ofrece en este libro un texto embellecido con verdadera literatura.

La atmósfera de tristeza, pérdida y nostalgia acompaña en toda la obra debido, como digo, al buen hacer del autor. Te asfixia, te agobia, te duele, tanto, que logras sentir la tragedia de sus personajes.



lunes, 2 de marzo de 2020

Reseña de 'Universos adyacentes', de Andrés Hernández Rabal


Relatos cuyo tema principal, en la mayoría de ellos, gira en torno el arte, la literatura y la filosofía.

Lo primero que llama la atención al leer Universos adyacentes es la calidad literaria del autor. Andrés Hernández Rabal escribe muy bien, no hay duda. Sin embargo muchos de los relatos dejan a uno, debido a su escasa trama, bastante frío. Y la unión de estos dos elementos es lo que hace de este libro una obra muy difícil de valorar. Si a eso le añadimos que hay relatos excepcionales (como es el caso de ¿Cobarde?, que tiene un final inesperado e irónico; Coma, humor negro espeluznante; Móvil desbloqueado, un enredo muy irónico y divertido; Sobre paraguas y tambores, curiosa historia con un simpático toque absurdo; WVK, interesante ciencia ficción; y Rafael Medrano, mi preferido por su realismo y su final conmovedor), como decía, si le añadimos el hecho de que contiene esos magníficos relatos, la tarea de valorar se hace todavía más complicada al igual que la de recomendar su lectura.

Por mi parte, aunque sea para disfrutar de la elegante prosa del autor, animo a darle una oportunidad. ¿Quién sabe? Tal vez el problema con algunos relatos es mío, y solo mío.