La belleza de la naturaleza es implacable...
El croar de las ranas ascendía desde las susurrantes aguas del río y
se extendía por los campos nocturnos. Los grillos frotaban sus alas y producían
una continua base aguda. Mientras tanto, los zumbidos de los innumerables mosquitos
añadían una nota monótona al recital del calor y la noche.
Si los sonidos de la noche llegaran hasta los
oídos de cualquier persona que se encontrara cerca, de inmediato se sentiría en
calma, en profunda paz con la naturaleza. Pero también habría lanzado las manos
contra el aire para ahuyentar a los mosquitos, al tiempo que observaba a una
rana distraída y trataba de encontrar la dirección del canto de los grillos.
De hecho, había alguien allí.
La piel que quedaba al aire libre era
acribillada por los mosquitos, quienes sedientos, hundían sus delgadas trompas,
para después, absorber una sangre fría y espesa. Pacientes, las ranas
desplegaban su pegajosa lengua para atraparlos antes de que, saciados,
reanudaran el vuelo y los zumbidos. Por su parte, los grillos no detenían su
canto a pesar de la cercanía de aquel ser humano. Y mientras todo ese ciclo
vital transcurría, la música nocturna no cesaba. Al fin y al cabo había motivo
de alegría. Era la primera noche de verano.
Aunque para el cadáver que había en la orilla
del susurrante río, rodeado por el croar de las ranas, el canto de los grillos,
y los zumbidos de los mosquitos que acribillaban su piel pálida, había sido la
última.
*Este microrrelato fue escrito para un reto en el que había que crear una historia basada en la imagen de arriba.