Hacer un testamento nunca es fácil... ni seguro.
CUARTO ACTO
Misma situación de antes. Desde dentro de la habitación, fuera de la
vista del público.
ÁNGELA. Oh,
pobre papá, parece una bola de nieve arrugada de lo blanco que está.
MARÍA. Y cómo huele. Aggg.
ÁNGELA. Aquí está el testamento, lo tengo.
JUANA. Dámelo, maldita.
CONCHI. Vamos, cariño, será mejor que no te resistas.
ÁNGELA. ¡NO! Es mío, mi tesoro.
MARÍA. ¡AAAAAHHHHHH!
Unos segundos de silencio.
CONCHI. ¿Qué pasa, a qué…? ¡AAAAAHHHHHH!
JUANA. ¿Qué…? ¡AAAAAHHHHHH!
ÁNGELA. ¡Está firmado, está firmadooOAAAAAHHHHHH!
JUANA. No, no puede ser. ¿Qué hace en el suelo esa
dentadura?
En el escenario, EMILIA deja de comer haciendo ruido con la cuchara en
el plato y sonríe, dejando ver sus encías.
CONCHI. Mejor dicho, ¿de quién es? Porque de papá no
es; hace tiempo que no la usa.
JUANA. A ver, abrid todas la boca.
Se oye el sonido en a de las bocas al abrirse. Mientras, EMILIA se
levanta muy lentamente.
CONCHI. Yo la tengo.
ÁNGELA. Y yo.
JUANA. Yo también, y MARÍA también.
MARÍA. Lo sabía. Lo sabía desde el principio. No
puede ser nada más que de la que queda. Ya me parecía a mí extraño que no
tuviera dentadura cuando ha empezado a comer.
EMILIA se alisa el vestido. Las otras salen de la habitación una a
una, y una a una se van encarando con precaución a su hermana mayor. ÁNGELA
lleva el testamento sujeto por las dos manos delante de su pecho como una
estudiante la carpeta.
JUANA. No me lo puedo creer. Pero ¿cómo? Si ni
siquiera puedes moverte.
EMILIA. ¿A no? ¿Y qué es esto, idiota? (Comienza a hacer una especie de baile).
CONCHI. Pero ¿por qué? Además, ¿cómo lo oíste? Estás
más sorda que una tapia.
EMILIA. No estoy tan sorda como pensáis. Es más, no
estoy ni tan ciega, ni tan sorda, ni tan muda como os creéis, como, según
vosotras, Shakira: ¡SHAKIRA! Ignorantes. Penélope Cruz es una bailarina de
flamenco. Y no me preguntéis por qué. ¿Acaso no lo habríais hecho vosotras
mismas? ¿Acaso no habéis pensado en ello ni siquiera un segundo cuando (Empleando un tono burlón) la dulce ÁNGELA
os ha confesado la decisión de papá? Confesión que yo ya sabía, claro, porque
lo escuché todo anoche.
JUANA, CONCHI y MARÍA bajan la mirada al suelo.
EMILIA. Ajá. Pero no tenéis agallas, nunca las habéis
tenido. Siempre escuchándoos hablar mal de mí, tratándome mal… y yo haciéndome
la tonta. ¿Pensabais en serio que iba a dejar que nuestro padre os diera toda
la herencia y que yo me quedara sin nada después de todo eso? Y para colmo, ni
siquiera se plantea repartirlo conmigo. NO, NO, NO, no iba a dejarle salirse
con la suya, para nada. Así que, cuando terminó de hablar con ÁNGELA y esta se
metió en su cuarto, decidí acabar con él lo antes posible para que al viejo no
le diera tiempo a firmar. Fui a la cocina, cogí el cuchillo más grande que
había, entré en su cuarto y ¡ZAS!, en toda la boca… bueno, en realidad fue en
la espalda, pero esa coletilla venía muy bien en esta parte. Después salí
corriendo sin mirar el testamento porque pensé que alguna podía haber oído el
ruido: todo fue muy intenso, no hay más que ver la dentadura, que salió disparada:
parecía una piraña voladora. Sin embargo, al final le dio tiempo a firmar el
contrato. (Mira a ÁNGELA. Las demás también).
ÁNGELA. AH.
JUANA. Así que la muerte de papá no ha servido para
nada…
EMILIA. ¿Cómo que no? No te imaginas lo bien que me
siento ahora. (Da un largo y profundo
suspiro). Además, a ese viejo no le quedaba mucho más tiempo para seguir
gruñendo. ¡Tenía noventa y cinco años!
CONCHI. ¿Y qué vamos a hacer ahora con él?
ÁNGELA comienza a moverse hacia la puerta aprovechando que estas
empiezan a sumergirse en el problema del cuerpo.
JUANA. Yo no voy a confesar que lo hizo mi hermana.
Por muchas cosas malas que haya dicho de ella, tiene razón. La verdad que no me
han faltado ganas de… (Se golpea la palma
de una mano con el puño) cuando me he enterado de que nos ha llamado
traidoras.
MARÍA. Yo pienso lo mismo.
CONCHI. Y yo.
EMILIA. Pues vamos a limpiar ese desastre y luego
veremos qué hacemos con el testamento… o con ella, porque no pienso dejar que
se lleve todo.
Miran a ÁNGELA, que detiene su avance y esboza una sonrisa nerviosa.
MARÍA. Por supuesto que no.
EMILIA. Vamos.
Las cuatro entran en la habitación y cierran la puerta. ÁNGELA se
queda sola en el escenario. Empieza a dar vueltas nerviosa con el testamento
todavía sujeto contra al pecho y a hablar consigo misma.
ÁNGELA. ¿Qué hago, qué hago?
De fondo se oyen algunos comentarios e indicaciones de las otras.
EMILIA. Tira del cuchillo sin miedo.
ÁNGELA. S… si me quedo no sé qué serán capaces de
hacer con el testamento, y… y aún peor, con… conmigo.
JUANA. Cógele de la pierna, MARÍA.
EMILIA. Cuidado con el brazo, CONCHI, no se lo vayas a
arrancar.
ÁNGELA. Por otra parte, nunca he visto el mar, y me
encanta…, n… no lo he visto, pero me encanta. También podré tener una casa para
mí sola y así podré evitar el contacto con las personas, porque sigo
insistiendo: (Baja la voz y se dirige al
público) no es una obsesión, es una enfermedad. (En tono normal). Así que, ¿qué debo hacer? ¿Qué es lo mejor? ¿Algún
consejo? (Pregunta al público). Pues
entonces, adiós. (Se da la vuelta. Y en voz baja). Adiós, hermanitas.
Abre la puerta con cuidado, sale y la cierra en silencio.
EMILIA. ¡PERO SERÁS…! ¡Te dije que tuvieras cuidado
con el brazo!
TELÓN
QUINTO ACTO (EPÍLOGO)
Distinto escenario. Una acogedora estancia con vistas al mar. Un
sillón y una mesita de té. Una puerta al fondo y algunas a los lados. Y una
especie de armario. Entra por la puerta ÁNGELA con una sonrisa y unas bolsas
con churros en las manos. Tararea una canción.
ÁNGELA. Lalalalalala.
Deja los churros encima de la mesita.
ÁNGELA. ¡Qué ricos los churros! ¡Y con un chocolate
más aún!
Se dirige al armario, lo abre, hace amago de coger algo.
ÁNGELA. ¡AAAAAHHHHHH!
Coge un objeto y se da la vuelta, cara al público. En su mano sostiene
una dentadura.
ÁNGELA. ¡U… una dentadura! (La muestra al público).
VOZ EMILIA, JUANA y CONCHI. Hola, hermana.
ÁNGELA mira hacia un lado, deja caer la dentadura… y
TELÓN
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