La confianza de una sonrisa...
Encerrada en su habitación del psiquiátrico, ráfagas de imágenes
fragmentadas aparecían en su cabeza, con los ojos cerrados o abiertos;
despierta o dormida. Daba igual. No lograba deshacerse de ellas.
Sangre. Manitas blancas manchadas de rojo.
Caritas dulces con una petrificada expresión de horror. Ojos vacíos. Más
sangre. En el césped verde. En la piscina. En los globos. En la tarta.
También oía. Oía sus gritos. Y los de otras
madres. Oía las sirenas. Oía voces de hombres. Oía un disparo.
Y sobre todo oía a su mejor amiga diciéndole:
—¿Por qué no contratas un payaso? A los niños
les encantará.
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