Amistad... Traición... Violencia...
Capítulo 3
Jacob
La camarera, con torpe ademán, dejó en la mesa el vaso y la botellita de
Fanta que había pedido Novoa y
recogió el vaso y la botellita vacías. Entonces, justo cuando se giraba para
volver a la barra, Novoa la sostuvo del brazo. Jacob seguía en su mundo.
—Oye, preciosa, ¿hasta cuándo has dicho que
ibas a estar sustituyendo a Sara?
Novoa dio una calada al cigarrillo y le soltó
el humo en la cara. La joven, de no más de veinte años, tosió; parecía
asustada.
—Hasta que se recupere de la operación, señor
—dijo vacilante.
Novoa suspiró consternado, haciendo bailar los
pelos del bigote.
—Entonces te enseñaré cómo me gusta que me
atiendan y sirvan; me vas a ver todos los días que estés aquí, ¿sabes?, así que
atiende, porque no me gusta repetir las cosas ciento de veces. —Volvió absorber
un poco más de nicotina—. Para empezar, cuando me veas entrar por esa puerta,
ya debes preparar mi Fanta. No
esperes a que te la pida, no. La preparas y me la traes. Y con preparar me
refiero a que quiero que seas tú quien llene el vaso: para eso te pagan, y para
eso te dejo propina. Para terminar, cuando veas que mi vaso está vacío, no
esperes a que yo te llame, como ahora. Preparas otra Fanta, vienes, la dejas en la mesa, te llevas el vaso vacío y todos
contentos, ¿de acuerdo?
La joven camarera miró con ojos desorbitados a
Jacob, pero este no daba señales de haber escuchado una mierda de lo que había
dicho su compañero. A continuación volteó la cabeza hacia la barra, en busca de
ayuda, pero nadie les prestaba atención.
—¿De acuerdo? —repitió Novoa moviendo el brazo
de la chica para enfatizar su pregunta.
—S-Sí —logró decir al fin—. Va-Vale.
En cuanto se vio liberada del yugo de la mano
de Novoa, se encaminó a paso ligero hacia la barra. Novoa la contempló alejarse
con expresión desolada. Esa chica no volvería mañana, y tendría que volver a
explicarle todo aquello a otra sustituta.
Negando con la cabeza, se dispuso a echarse él
mismo, por segunda vez en la noche, la naranja en el vaso, pero entonces vio a
Jacob y lo que les había contado Río antes de irse volvió a ocupar todos sus
pensamientos, los cuales se habían desviado durante unos instantes hacia el
tema de la camarera. Novoa no había estudiado: dejó las clases a los once años
para dedicar toda su atención a las drogas y, sobre todo, al alcohol. Este le
destrozó el hígado y tuvo que ser trasplantado después de un largo y agónico
periodo de espera. De modo que lo único que había leído en su juventud fueron
las etiquetas de las botellas que contenían líquidos tóxicos, pero no era
tonto. Sabía sumar dos y dos, al menos hasta ahí llegaba, y sabía lo que se
cruzaba por la mente de su compañero.
Mientras llenaba el vaso y daba una última
calada al cigarrillo, le preguntó:
—¿Cómo ha dicho Río que se llamaba el marido de
esa mujer?
Jacob parpadeó y clavó los ojos en los de
Novoa. Permaneció en silencio.
—¿Santiago? —inquirió Novoa.
Jacob pegó un buen trago a su ron con cola.
—Dime —habló por fin, no sin antes aclararse la
voz—. Antes, cuando me has llamado, dijiste que justo cuando ibas a salir del
coche para llevar a cabo el trabajo viste a un hombre acercarse a mi casa, y que
tuviste que volver al coche. —Novoa asintió con un gesto de la cabeza, y bebió
de su vaso—. ¿No le viste la cara?
—No. Yo estaba lejos, y el tío cruzó la calle
en dirección a la casa por la acera en la que yo estaba aparcado. Solo vi su
espalda mientras cruzaba, y cuando salió de la casa se alejó por la otra acera.
Pero había algo en él que me resultaba familiar.
Se llevó el vaso a la boca de nuevo, sin dejar
de mirar a Jacob. Luego encendió otro cigarro.
Jacob miró a otro lado, pensativo.
—Te llamas Santiago, ¿verdad? Ese es tu nombre
real —preguntó Novoa de repente, oculto tras el humo.
Jacob volvió a mirarle.
—Sí, es una variante.
—Lo sé. ¿Crees que él lo sabe? ¿Habrá visto
alguna foto tuya en la casa?
—No creo. La muy zorra las quitó todas hace
tiempo. Todas en las que salía yo, claro. Llevo semanas sin dormir allí. He
alquilado un pequeño piso en el centro. Ruido y contaminación, vaya puta
mierda. Y mientras tanto, la muy zorra allí, alejada de todo, durmiendo en
silencio y con la calefacción que yo pago a tope en invierno, joder.
—¿Por qué no os divorciáis?
—¿Y que se quede con mi coche también? Por no
hablar que la casa terminaría siendo suya definitivamente.
—¿Y ella qué opina?
—¿Ella? —Jacob levantó el labio superior y
mostró los dientes, igual que un perro a punto de atacar. Antes de continuar
dio un buen trago—. Ella disfruta como una jodida niña. Prefiere que yo sepa
que con un juicio puedo quedarme sin nada, y me controla de este modo.
Novoa silbó.
—Sí es zorra, sí. No me dijiste nada de esto
cuando me contrataste para matarla. Solo me confesaste que tú no eras capaz,
pero viendo lo que te está haciendo…
—Llevamos juntos desde los quince años. Hay
cosas que un hombre no puede hacer por sí solo, por mucho que las desee.
—Entonces, ¿qué? —preguntó finalmente Novoa,
aunque ya sospechaba la respuesta.
Jacob resopló y tardó en responder.
—Hay que matar a Río.
Novoa asintió y después dio un último trago a
su Fanta Naranja servida por sí
mismo. También aplastó el cigarrillo contra el cementerio que había en el
cenicero.
—¿Quieres que lo haga yo?
—¿Por qué te ofreces? —inquirió Jacob
frunciendo el ceño.
Novoa se encogió de hombros.
—Bueno, digamos que Río nunca me cayó bien.
¿Sabes que quería tirarte a la cuneta como un perro el día que te dispararon?
Además, así me gano un dinerillo extra; no pienses que lo voy a hacer gratis.
—Vale, hazlo —dijo Jacob tras reflexionar unos
segundos—. Luego ve a mi casa. Te estaré esperando con ella; no soy capaz de
hacerlo, pero sí de verlo. Necesito saber cómo averiguó que quería matarla. Ese
debe ser el motivo de que contratara a Río; es una zorra pero no una asesina.
Solo el saber que su vida está en peligro es el único motivo que la pudo llevar
a ello. No hay nada que ame más que su vida. Pero ¿cómo se dio cuenta de ello?
Justo cuando Novoa se levantaba para ir en
busca de Río, este irrumpió en el bar dando tumbos.
—La botella, chicos. —Se había bebido media
botella de Jack Daniel’s, sin
embargo, Río tenía un aguante admirable; se tambaleba ligeramente, pero no
arrastraba las palabras—. Vaya cabeza la mía. Esa mujer no me deja pensar en
otra cosa.
Al mismo tiempo, las cabezas de Jacob y Novoa giraron
hacia la botella medio llena de whisky que había sobre la mesa y que a ambos
les había pasado desapercibida. Todas las noches, Río hacía lo mismo. Compraba
la botella entera. ¿Para qué andar perdiendo el tiempo pidiendo cada dos por
tres que le rellenen el vaso?, decía. Así que la compraba y así la tenía
siempre a mano. Se bebía la mitad, y se la llevaba a su casa para beberse la
otra mitad allí. Conducir borracho era una irresponsabilidad; conducir medio
borracho más seguro.
Entró decidido, con paso resuelto aunque un
tanto oscilante hacia la mesa donde sus dos compañeros y amigos lo miraban
pálidos y con las pupilas contraídas. En cuanto los alcanzó, se detuvo. Les
dirigió una mirada escrutadora, una de esas suyas que parecían leer todos tus
secretos. Luego entrecerró los ojos y se desternilló mostrando sus dientes de
caballo.
—Vaya dos —dijo entre carcajada y carcajada—. Ni
que hubierais visto a la pasma.
Cogió la botella sin más y se despidió de ellos
con un «Mañana nos vemos» sin dejar de reír.
Jacob le hizo una seña a Novoa con la barbilla,
y este salió del bar tras Río.