Amistad... Traición... Violencia...
Capítulo 6
Novoa
—Dime, Novoa: ¿has visto la película Big Nothing?
Estaban sentados a la mesa del pequeño porche
de la casa de Río, una vieja granja reformada, alejada de la ciudad en medio
del campo, a la que se accedía por un camino lleno de baches y grava. Novoa no
pudo evitar sentir cierta compasión por el Mercedes, y comprendió por qué
siempre estaba lleno de polvo. Río sostenía la botella de Jack Daniel’s con la mano derecha; con la izquierda enfatizaba sus
palabras. Novoa había aceptado un vaso de agua del grifo: la Fanta Naranja le había dejado la lengua
pastosa.
Novoa sabía a qué estaba jugando Río, al menos
en parte. Era consciente, desde el principio, que Río fingía estar más borracho
de lo que en realidad estaba. Como había dicho antes, no era estúpido, a pesar
de haber dejado los estudios a los once años. Pero aún no sabía por qué fingía y
eso le incomodaba y le hacía moverse en la silla más de lo debido, así como
fumar más rápido: solo le quedaba un cigarro. Esperaba que Río no se percatara
de ello, aunque Río no era de los que no se percataban de las cosas,
precisamente.
Si había decidido seguirle el juego a pesar de
todo, no era más que porque solo había una cosa que le gustara más que matar.
El dinero. Cuanto antes acabara con Río, antes acabaría con la mujer de Jacob,
y antes cobraría por partida doble. Además, estaba plenamente confiado en que
el alcohol aletargaría los reflejos de Río y en el caso de que lograra hacerse
con el arma, también afectaría a su puntería. Al mismo tiempo que resultaba un
tanto peligroso por no saber qué planeaba Río, también era el momento ideal, pues
Río en estado sobrio era más ágil con la pistola que Jacob y Novoa.
Con todo, esa pregunta le había descolocado aún
más si cabe.
—¿Qué? —preguntó incrédulo y evitando no
manchar su voz de la inquietud que se removía en su interior. Dio una calada
excesivamente larga.
—¿Sabes?, ya me he cansado de beber. —Su voz,
de pronto, no temblaba ni arrastraba las sílabas—. Pero a mi amigo Jack le gusta irse a dormir
completamente desnudo.
Entonces estiró el brazo derecho y deslizó la
botella sobre la mesa.
—No eres escrupuloso, ¿verdad?
El corazón de Novoa se detuvo, así como todo su
alrededor. El tiempo dejó de existir en ese mismo instante y le vinieron
recuerdos de cuando estuvo a punto de palmarla. El cigarrillo se consumió solo
y sus dedos lo soltaron automáticamente cuando sintieron el calor.
Como una persona que se ahoga, se esforzó por
articular una palabra en la superficie.
—¿Qué? —repitió.
El tiempo volvió a ponerse en marcha durante
unas milésimas de segundos, lo justo para que Novoa bajara la mano a la cintura
en busca de su pistola.
—¿Buscas esto? —Río sacó de su bolsillo un arma
y la colocó encima de la mesa.
No había duda de que era su Beretta 9mm plateada.
A la escasa luz de la bombilla que colgaba del techo del porche distinguía el
embellecedor marrón que él había pedido expresamente. A parte de eso, estaba
seguro de que era la suya porque la de Río era una Star Model de 9mm, cuyo
mango alargado se adaptaba mejor a su enorme mano, y también porque su propia mano
no encontró la pistola en su cintura.
El tiempo volvió a detenerse para Novoa.
Los labios de Río se extendieron sobre los
grandes dientes antes de continuar hablando.
—¿Te gustó mi falta de equilibrio? Fue creíble,
¿eh? Debería dejar esta mierda y ser actor. ¿Qué te parece?
La mente de Novoa, la cual flotaba sobre él
como los mosquitos de la bombilla, rebobinó hasta el momento en que, a la
salida del bar, se acercó a Río para evitar que cayera al suelo. Este debió
hacerse con su pistola al pasarle el brazo por la cintura. ¡¿Cómo no había
notado nada?! De eso no se había dado cuenta, pero sí de su fingida borrachera.
—No me lo he creído en ningún momento, palurdo
—replicó—. No me has engañado; no soy estúpido.
—Y sin embargo aquí estás… y desarmado.
Novoa no supo qué decir.
—Tu mayor estupidez es, precisamente, tu falta
de estupidez. Eso duele, ¿eh? Traicionado por tu espléndida inteligencia. Ya
van tres traiciones en una noche. Sabías que fingía, pero en vez de dar media
vuelta y largarte como un ciervo que huele el peligro, me acompañaste hasta
aquí.
Novoa, a su pesar, se dio cuenta de que Río
tenía razón. Toda la razón. ¡Era un estúpido! Un completo estúpido. Deseaba
salir de allí, pero él no era así: no huía de los problemas. Era un estúpido,
pero no un cobarde. O tal vez no se levantó y salió echando leches porque no
podía moverse, porque el tiempo no quería volver a poner en marcha sus ruedas
dentadas.
Los que sí se movieron fueron sus ojos, los
cuales fueron a parar a la botella de whisky, rodeada aún por la mano de Río.
—Verás, Novoa, en aquella película que he
mencionado antes, obligan a un tipo diabético a comerse una piruleta enorme.
Río hizo una pausa teatral y aprovechó para
mirar a los ojos de Novoa, quien no pudo evitar exteriorizar su miedo, fruto de
la comprensión.
Río seguía sonriendo cuando prosiguió.
—El tío, ¿o era una tía?, es igual. El tío
tiene una pistola en la mano, le apunta con ella mientras obliga al pobre hombre
diabético a comerse esa enorme piruleta. Y el hombre lo hace. ¿Sabes? En su
momento me pregunté por qué prefiere hacer eso a que le peguen un tiro, y
llegué a la conclusión de que en el interior de aquel hombrecillo diabético
siempre había latido el deseo de probar la fruta prohibida. Y en esa ocasión
era la oportunidad perfecta: a pesar de quejarse y llorar como un niño, su boca
seguía mordisqueando el dulce, también como la de un niño. Qué más le daba ya,
iba a morir igual. De ese modo sufriría, pero valía la pena. Ahora, fíjate, nos
encontramos en una situación parecida. Yo quiero que te termines al viejo de Jack Daniel’s y sé que acabarás haciéndolo,
porque al igual que el personaje de esa película, tú también deseas como nada
dar un mordisquito, o en este caso, beber el zumo de la fruta prohibida para
ti. Siempre has querido volver a beber, porque eres lo que eres y siempre has
sido, y eso, amigo, ni la muerte o un hígado nuevo puede remediarlo. Si no,
¿por qué dejas que te crezca esa dejada barba de borracho? ¿Viejos hábitos? ¡Y
una mierda! Este aspecto te recuerda a esos buenos momentos en los que estabas
en el divertido mundo de ebriolandia.
—No sabes lo que dices, jodido palurdo. —Novoa
se sorprendió al escuchar su propia voz. Había estado oyendo la verborrea de
Río sumido en ese estado de ingravidez y sin tiempo. ¿Ese maldito arrogante
hijo de puta pensaba que iba a beber porque él lo dijera?—. La barba me
recuerda lo que no debo volver a hacer. Con una vez sufriendo al otro lado tuve
bastante.
Esas últimas palabras actuaron como aceite para
las ruedas dentadas del tiempo, y estas volvieron a funcionar.
Novoa se levantó de un rápido salto al tiempo
que alargaba un brazo para coger su Beretta, pero el alcohol no había dormido
ni los sentidos ni los reflejos de Río tanto como él pensaba, y este retiró el
arma de la mesa para a continuación estrellarla contra el pómulo derecho de
Novoa. El golpe lo obligó a tomar asiento de nuevo. Como si taparla fuera a
aliviar el desmesurado dolor, se llevó las manos a la brecha que se había
abierto y que empezaba a vomitar sangre.
—Sentadito estás más cómodo —se mofó Río
guardándose la pistola de Novoa en el bolsillo. No había soltado en ningún
momento la botella de whisky. Entonces, como si acabara de recordar algo, añadió—:
Por cierto, ¿no te he dicho que hay una forma de que te libres de beberte a Jack, si quieres, claro? Morir vas a
morir igual, pero si te portas bien, tu propia pistola se ocupará de ti. ¡Anda,
mira, una traición más! La noche va de traiciones, por lo tanto, he de hacerte
la pregunta. Si la contestas bien, todo acabará muy rápido: ¿Por qué quiere
matarme Jacob?
Aquello pilló desprevenido a Novoa, quien miró a
Río con el ojo izquierdo, pues la herida había empezado a hincharse alrededor
del derecho y los párpados parecían pegados con pegamento. Novoa había creído
que Río llegó a la misma conclusión a la que había llegado él en el bar.
Consideró la pregunta sin retirar el ojo de los
profundos hoyos que eran los de Río, ojos que siempre miraban con una
intensidad abrumadora.
Novoa no quería morir, pero al parecer, eso era
lo único que le esperaba, por lo que puestos a morir, prefería la manera más
rápida e indolora; por otro lado, él no era un puto chivato. La última elección
que se le proponía al final de su vida era la más difícil de todas. Quién sabe
si no es así siempre.
Pensó en lo que había dicho Río sobre su deseo de
beber alcohol y se reafirmó en su convicción. Todo lo que dijo era falso. Jamás
había sentido la necesidad de volver a probarlo. Por lo que sabía, era algo
extraño en un alcohólico; Novoa pensaba que ninguno de esos a los que el
alcohol les picaba como un gusano en el estómago tras dejarlo había sufrido
tanto ni había estado tan cerca de la muerte como él. Ni siquiera cuando lo
tenía delante le apetecía, lo había aborrecido por completo. No, no pensaba dar
ni un trago al Jack Daniek’s de Río.
Que le dieran por culo a Jacob; al fin y al cabo iba a morir por su jodida
culpa.
—Santiago —dijo.
Por primera vez, Río parpadeó.
—¿Cómo has dicho? —preguntó.
—Ese es su nombre real. Jacob es una variante
de Santiago. ¿Quién es el estúpido ahora, palurdo? Él es el marido de la mujer
que te ha mando matarlo. Jacob es Santiago.
A Novoa le complació ver sorpresa en el
inmutable rostro de Río. Al menos iría al infierno con una imagen agradable.
—Por eso me pidió que te matara y que fuera a
su casa donde me esperaría para terminar mi trabajo con su mujer. Trabajo que
tú interrumpiste esta tarde.
De repente, el rostro de Río adoptó su estado
habitual, y esos ojos que por un momento habían perdido toda su fuerza
volvieron a encontrarse con los de Novoa. Segundos después, Río mostró los
dientes de caballo, echó la cabeza hacia atrás, y estalló en sonoras
carcajadas.
—¿De qué coño te ríes? —preguntó Novoa
irritado.
—De esta situación, Novoa —replicó tras coger
aire entre carcajada y carcajada—. De lo lógica y a la vez irreal que resulta.
—Pues deja de reírte y acaba con ella.
—Eso voy a hacer.
Sin borrar la sonrisa, Río ocultó la mano bajo
la mesa y la extrajo empuñando su Star Model, no la Beretta de mango marrón de
Novoa. Luego se puso en pie sin soltar la botella de whisky.
—Levanta —le ordenó apuntándole con la pistola.
—¿Q-Qué haces? —masculló Novoa, empezando a
imaginarse las intenciones de Río. Unas intenciones que no habían cambiado
nunca.
—Entra en la casa y ve a la cocina; todo recto,
la puerta del final del pasillo.
Novoa hizo lo que Río, tras él y siempre con el
cañón dirigido a su nuca, le iba diciendo. Encendió la luz correspondiente al
largo corredor y luego la de la cocina. El tubo fluorescente parpadeó un par de
veces antes de arrojar sobre la estancia el aspecto más frío y mortecino que
puede ofrecer ese tipo de luz. Novoa sintió un escalofrío.
—Siéntate ahí, y no te muevas.
Río dejó la botella en la mesa a la que se
había sentado Novoa y buscó en un cajón algo, sin dejar de apuntarle, hasta
encontrarlo: cinta aislante plateada. Luego abrió la puerta de uno de los
armarios de la encimera, y sacó un embudo de color verde.
—Bien —dijo—. He cambiado de idea respecto a tu
muerte; he vuelto a la inicial. Siempre me ha parecido muy divertida la escena
de esa película, y desde la primera vez que la vi, he querido imitarla, o al
menos hacer algo parecido. Así que comencemos.
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