jueves, 9 de abril de 2020

Los ojos de Tiffany (Capítulo 6/7 - Novoa)

Amistad... Traición... Violencia...



Capítulo 6

Novoa

—Dime, Novoa: ¿has visto la película Big Nothing?

Estaban sentados a la mesa del pequeño porche de la casa de Río, una vieja granja reformada, alejada de la ciudad en medio del campo, a la que se accedía por un camino lleno de baches y grava. Novoa no pudo evitar sentir cierta compasión por el Mercedes, y comprendió por qué siempre estaba lleno de polvo. Río sostenía la botella de Jack Daniel’s con la mano derecha; con la izquierda enfatizaba sus palabras. Novoa había aceptado un vaso de agua del grifo: la Fanta Naranja le había dejado la lengua pastosa.

Novoa sabía a qué estaba jugando Río, al menos en parte. Era consciente, desde el principio, que Río fingía estar más borracho de lo que en realidad estaba. Como había dicho antes, no era estúpido, a pesar de haber dejado los estudios a los once años. Pero aún no sabía por qué fingía y eso le incomodaba y le hacía moverse en la silla más de lo debido, así como fumar más rápido: solo le quedaba un cigarro. Esperaba que Río no se percatara de ello, aunque Río no era de los que no se percataban de las cosas, precisamente.

Si había decidido seguirle el juego a pesar de todo, no era más que porque solo había una cosa que le gustara más que matar. El dinero. Cuanto antes acabara con Río, antes acabaría con la mujer de Jacob, y antes cobraría por partida doble. Además, estaba plenamente confiado en que el alcohol aletargaría los reflejos de Río y en el caso de que lograra hacerse con el arma, también afectaría a su puntería. Al mismo tiempo que resultaba un tanto peligroso por no saber qué planeaba Río, también era el momento ideal, pues Río en estado sobrio era más ágil con la pistola que Jacob y Novoa.

Con todo, esa pregunta le había descolocado aún más si cabe.

—¿Qué? —preguntó incrédulo y evitando no manchar su voz de la inquietud que se removía en su interior. Dio una calada excesivamente larga.

—¿Sabes?, ya me he cansado de beber. —Su voz, de pronto, no temblaba ni arrastraba las sílabas—. Pero a mi amigo Jack le gusta irse a dormir completamente desnudo.

Entonces estiró el brazo derecho y deslizó la botella sobre la mesa.

—No eres escrupuloso, ¿verdad?

El corazón de Novoa se detuvo, así como todo su alrededor. El tiempo dejó de existir en ese mismo instante y le vinieron recuerdos de cuando estuvo a punto de palmarla. El cigarrillo se consumió solo y sus dedos lo soltaron automáticamente cuando sintieron el calor.

Como una persona que se ahoga, se esforzó por articular una palabra en la superficie.

—¿Qué? —repitió.

El tiempo volvió a ponerse en marcha durante unas milésimas de segundos, lo justo para que Novoa bajara la mano a la cintura en busca de su pistola.

—¿Buscas esto? —Río sacó de su bolsillo un arma y la colocó encima de la mesa.

No había duda de que era su Beretta 9mm plateada. A la escasa luz de la bombilla que colgaba del techo del porche distinguía el embellecedor marrón que él había pedido expresamente. A parte de eso, estaba seguro de que era la suya porque la de Río era una Star Model de 9mm, cuyo mango alargado se adaptaba mejor a su enorme mano, y también porque su propia mano no encontró la pistola en su cintura.

El tiempo volvió a detenerse para Novoa.

Los labios de Río se extendieron sobre los grandes dientes antes de continuar hablando.

—¿Te gustó mi falta de equilibrio? Fue creíble, ¿eh? Debería dejar esta mierda y ser actor. ¿Qué te parece?

La mente de Novoa, la cual flotaba sobre él como los mosquitos de la bombilla, rebobinó hasta el momento en que, a la salida del bar, se acercó a Río para evitar que cayera al suelo. Este debió hacerse con su pistola al pasarle el brazo por la cintura. ¡¿Cómo no había notado nada?! De eso no se había dado cuenta, pero sí de su fingida borrachera.

—No me lo he creído en ningún momento, palurdo —replicó—. No me has engañado; no soy estúpido.

—Y sin embargo aquí estás… y desarmado.

Novoa no supo qué decir.

—Tu mayor estupidez es, precisamente, tu falta de estupidez. Eso duele, ¿eh? Traicionado por tu espléndida inteligencia. Ya van tres traiciones en una noche. Sabías que fingía, pero en vez de dar media vuelta y largarte como un ciervo que huele el peligro, me acompañaste hasta aquí.

Novoa, a su pesar, se dio cuenta de que Río tenía razón. Toda la razón. ¡Era un estúpido! Un completo estúpido. Deseaba salir de allí, pero él no era así: no huía de los problemas. Era un estúpido, pero no un cobarde. O tal vez no se levantó y salió echando leches porque no podía moverse, porque el tiempo no quería volver a poner en marcha sus ruedas dentadas.

Los que sí se movieron fueron sus ojos, los cuales fueron a parar a la botella de whisky, rodeada aún por la mano de Río.

—Verás, Novoa, en aquella película que he mencionado antes, obligan a un tipo diabético a comerse una piruleta enorme.

Río hizo una pausa teatral y aprovechó para mirar a los ojos de Novoa, quien no pudo evitar exteriorizar su miedo, fruto de la comprensión.

Río seguía sonriendo cuando prosiguió.

—El tío, ¿o era una tía?, es igual. El tío tiene una pistola en la mano, le apunta con ella mientras obliga al pobre hombre diabético a comerse esa enorme piruleta. Y el hombre lo hace. ¿Sabes? En su momento me pregunté por qué prefiere hacer eso a que le peguen un tiro, y llegué a la conclusión de que en el interior de aquel hombrecillo diabético siempre había latido el deseo de probar la fruta prohibida. Y en esa ocasión era la oportunidad perfecta: a pesar de quejarse y llorar como un niño, su boca seguía mordisqueando el dulce, también como la de un niño. Qué más le daba ya, iba a morir igual. De ese modo sufriría, pero valía la pena. Ahora, fíjate, nos encontramos en una situación parecida. Yo quiero que te termines al viejo de Jack Daniel’s y sé que acabarás haciéndolo, porque al igual que el personaje de esa película, tú también deseas como nada dar un mordisquito, o en este caso, beber el zumo de la fruta prohibida para ti. Siempre has querido volver a beber, porque eres lo que eres y siempre has sido, y eso, amigo, ni la muerte o un hígado nuevo puede remediarlo. Si no, ¿por qué dejas que te crezca esa dejada barba de borracho? ¿Viejos hábitos? ¡Y una mierda! Este aspecto te recuerda a esos buenos momentos en los que estabas en el divertido mundo de ebriolandia.

—No sabes lo que dices, jodido palurdo. —Novoa se sorprendió al escuchar su propia voz. Había estado oyendo la verborrea de Río sumido en ese estado de ingravidez y sin tiempo. ¿Ese maldito arrogante hijo de puta pensaba que iba a beber porque él lo dijera?—. La barba me recuerda lo que no debo volver a hacer. Con una vez sufriendo al otro lado tuve bastante.

Esas últimas palabras actuaron como aceite para las ruedas dentadas del tiempo, y estas volvieron a funcionar.

Novoa se levantó de un rápido salto al tiempo que alargaba un brazo para coger su Beretta, pero el alcohol no había dormido ni los sentidos ni los reflejos de Río tanto como él pensaba, y este retiró el arma de la mesa para a continuación estrellarla contra el pómulo derecho de Novoa. El golpe lo obligó a tomar asiento de nuevo. Como si taparla fuera a aliviar el desmesurado dolor, se llevó las manos a la brecha que se había abierto y que empezaba a vomitar sangre.

—Sentadito estás más cómodo —se mofó Río guardándose la pistola de Novoa en el bolsillo. No había soltado en ningún momento la botella de whisky. Entonces, como si acabara de recordar algo, añadió—: Por cierto, ¿no te he dicho que hay una forma de que te libres de beberte a Jack, si quieres, claro? Morir vas a morir igual, pero si te portas bien, tu propia pistola se ocupará de ti. ¡Anda, mira, una traición más! La noche va de traiciones, por lo tanto, he de hacerte la pregunta. Si la contestas bien, todo acabará muy rápido: ¿Por qué quiere matarme Jacob?

Aquello pilló desprevenido a Novoa, quien miró a Río con el ojo izquierdo, pues la herida había empezado a hincharse alrededor del derecho y los párpados parecían pegados con pegamento. Novoa había creído que Río llegó a la misma conclusión a la que había llegado él en el bar.

Consideró la pregunta sin retirar el ojo de los profundos hoyos que eran los de Río, ojos que siempre miraban con una intensidad abrumadora.

Novoa no quería morir, pero al parecer, eso era lo único que le esperaba, por lo que puestos a morir, prefería la manera más rápida e indolora; por otro lado, él no era un puto chivato. La última elección que se le proponía al final de su vida era la más difícil de todas. Quién sabe si no es así siempre.

Pensó en lo que había dicho Río sobre su deseo de beber alcohol y se reafirmó en su convicción. Todo lo que dijo era falso. Jamás había sentido la necesidad de volver a probarlo. Por lo que sabía, era algo extraño en un alcohólico; Novoa pensaba que ninguno de esos a los que el alcohol les picaba como un gusano en el estómago tras dejarlo había sufrido tanto ni había estado tan cerca de la muerte como él. Ni siquiera cuando lo tenía delante le apetecía, lo había aborrecido por completo. No, no pensaba dar ni un trago al Jack Daniek’s de Río. Que le dieran por culo a Jacob; al fin y al cabo iba a morir por su jodida culpa.

—Santiago —dijo.

Por primera vez, Río parpadeó.

—¿Cómo has dicho? —preguntó.

—Ese es su nombre real. Jacob es una variante de Santiago. ¿Quién es el estúpido ahora, palurdo? Él es el marido de la mujer que te ha mando matarlo. Jacob es Santiago.

A Novoa le complació ver sorpresa en el inmutable rostro de Río. Al menos iría al infierno con una imagen agradable.

—Por eso me pidió que te matara y que fuera a su casa donde me esperaría para terminar mi trabajo con su mujer. Trabajo que tú interrumpiste esta tarde.

De repente, el rostro de Río adoptó su estado habitual, y esos ojos que por un momento habían perdido toda su fuerza volvieron a encontrarse con los de Novoa. Segundos después, Río mostró los dientes de caballo, echó la cabeza hacia atrás, y estalló en sonoras carcajadas.

—¿De qué coño te ríes? —preguntó Novoa irritado.

—De esta situación, Novoa —replicó tras coger aire entre carcajada y carcajada—. De lo lógica y a la vez irreal que resulta.

—Pues deja de reírte y acaba con ella.

—Eso voy a hacer.

Sin borrar la sonrisa, Río ocultó la mano bajo la mesa y la extrajo empuñando su Star Model, no la Beretta de mango marrón de Novoa. Luego se puso en pie sin soltar la botella de whisky.

—Levanta —le ordenó apuntándole con la pistola.

—¿Q-Qué haces? —masculló Novoa, empezando a imaginarse las intenciones de Río. Unas intenciones que no habían cambiado nunca.

—Entra en la casa y ve a la cocina; todo recto, la puerta del final del pasillo.

Novoa hizo lo que Río, tras él y siempre con el cañón dirigido a su nuca, le iba diciendo. Encendió la luz correspondiente al largo corredor y luego la de la cocina. El tubo fluorescente parpadeó un par de veces antes de arrojar sobre la estancia el aspecto más frío y mortecino que puede ofrecer ese tipo de luz. Novoa sintió un escalofrío.

—Siéntate ahí, y no te muevas.

Río dejó la botella en la mesa a la que se había sentado Novoa y buscó en un cajón algo, sin dejar de apuntarle, hasta encontrarlo: cinta aislante plateada. Luego abrió la puerta de uno de los armarios de la encimera, y sacó un embudo de color verde.

—Bien —dijo—. He cambiado de idea respecto a tu muerte; he vuelto a la inicial. Siempre me ha parecido muy divertida la escena de esa película, y desde la primera vez que la vi, he querido imitarla, o al menos hacer algo parecido. Así que comencemos.  




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