Amistad... Traición... Violencia...
Leer el capítulo 6
Capítulo 7
Santiago
Jacob abrió la puerta preparando la pregunta «¿Ya está hecho?» y esta
se atascó en su garganta al ver quién había al otro lado.
Con unos reflejos dignos de admirar, Jacob se
llevó la mano a la cintura y alzó su Colt del 45. A su vez, Río hizo lo propio
con su…
¿Beretta?
Río dio tres pasos para adentrarse en el
vestíbulo y cerrar la puerta tras de sí con un movimiento del brazo libre.
—¿Te suena? —El olor a alcohol llegó hasta la
nariz de Jacob. Era increíble cómo aún poseía su agilidad.
Jacob paseó la mirada del arma a Río, de Río al
arma. Su mano empezó a temblar ligeramente, e hizo todo lo posible para que el
hombre que tenía delante y que lo miraba con esos inteligentes ojos —aunque un
tanto turbios por el alcohol— no se percatase.
—No pienses que Novoa se rajó y decidió
plantarse, no. El muy estúpido trató de llegar hasta el final, pero yo llegué
antes. Eso sí, no sin antes revelarme cierta información…, Santiago.
Así que ya sabía quién era el marido de esa
mujer. Ya le había descubierto, y todo gracias a Novoa. ¡Maldito cabronazo
inútil!
Río seguía hablando del desgraciado de Novoa
mientras reía.
—¡Tenías que haber visto cómo le chorreaba el viejo
de Jack por esa asquerosa barba!
—¿Y ahora qué va a pasar? —le interrumpió
Jacob, que en esos momentos le importaba una mierda Novoa.
—Creo recordar que os expliqué a ambos el por
qué me hacía llamar Río, ¿verdad?
—Con una sonrisa de oreja a oreja —respondió
Jacob abatido y haciendo un esfuerzo por no evidenciarlo.
—También se lo dije a tu mujer. ¡Qué mujer, eh!
Una mujer así es muy difícil de encontrar. He estado mucho tiempo navegando en
busca de una perla, y al fin la he encontrado. Por cierto, ¿dónde está?
—Se ha ido —Y Jacob sonrió ampliamente. Una
sonrisa llena de satisfacción antes de morir no venía mal.
La firme y engreída expresión de Río se quebró
durante unas milésimas de segundos, unas milésimas que demostraron a Jacob que
había dado en el clavo.
Los ojos de Río, unos ojos que le resultaban
extremadamente familiares, no perdieron de vista a los suyos en ningún momento.
—¿A dónde? —preguntó finalmente tras pasarse la
lengua por los labios.
—No lo sé. No me importa una mierda. Lo único
de lo que me arrepiento es de no saber cómo descubrió que la quería matar.
En lugar de soltar su habitual estrepitosa
carcajada de caballo, Río dejó escapar solo el inicio, pronunciando un sonoro
«¡Ja!» que detonó en la dolorida cabeza de Jacob.
—¿Cómo puedes ser su marido y no darte cuenta?
—¿Darme cuenta de qué?
—De lo inteligente que es. Ella lo vio en tus
ojos. Se sumergió en ellos y pescó tus intenciones. Es igual que yo, lo sé
porque lo sentí y lo vi cuando hablé con ella. Sentí que éramos el uno para el
otro, que ella era la mujer que había estado buscando, sentí que ella era igual
que yo. Y lo vi en sus ojos, unos ojos que buscan la verdad en los de otros,
que miran con tanta intensidad que te sientes como un simple peón de algo enorme
que te rodea y que solo ella conoce. Y yo también sé qué es ese algo enorme. Es
un espacio lleno de causalidades en el que no existe ni el destino ni la
suerte. Antes creía que hoy había tenido dos golpes de suerte, pero no. Eso no
fue así. Ahora estoy seguro de que tu mujer sabía de nuestra… amistad, por así
decirlo. Por ello me llamó; de algún modo consiguió mi número y me llamó.
Además, eso explicaría por qué no me dio ninguna foto tuya; solo me facilitó la
dirección de un piso en el centro y me dijo que sabría quién era mi objetivo
cuando lo viera. Todo ello llevó a que yo la conociera y me quedara prendado de
ella, lo que hizo que me olvidara de la botella de Jack y, al volver al bar, os pillara infraganti a Novoa y a ti
planeando mi asesinato.
Jacob averiguó por qué le resultaban familiares
los ojos de Río: tenían casi la misma mirada que la de su mujer. Por otro lado,
empezó a pensar que Río estaba desvariando, lo cual le hacía más imprevisible
aún. Y por tanto, más peligroso.
Acarició el gatillo.
—¿Te estás escuchando, Río? ¿Qué quieres decir?
¿Que todo ocurre por los ojos de mi mujer?
Río volvió a soltar ese irritante «¡Ja!».
—No, Santiago, no todo. Los ojos de tu mujer,
su mirada, solo han provocado esta situación. Hace un momento le explicaba al
ahora fiambre Novoa que esta situación era lógica a la vez que irreal. Él creyó
que me refería a su situación, pero
no. Yo quería decir a toda ella, a todo el día. Los ojos de tu mujer impulsaron
las acciones de hoy. Sus ojos han sido el dedo que ha empujado las fichas,
provocando así toda la cadena de hechos que ha seguido. Tal vez ella solo
pretendiera matarte y humillarte al mismo tiempo al sentirte traicionado por
mí, pero eso no quita que el influjo que sus ojos han provocado en mí haya
hecho que las piezas cayeran hasta llegar donde estamos.
Un silencio sepulcral se instaló sobre los dos
hombres que, cara a cara, se apuntaban con un arma a la cabeza.
Jacob tenía todos los músculos en tensión, una
tensión que acrecentaba el dolor de cabeza. El sudor le resbalaba por los
párpados y le obligaba a pestañear. Era curioso cómo un simple pestañeo podía
suponer su final. Pero no solo eso jugaba en su contra: también lo hacía el
estado alterado y ebrio de la persona que tenía delante.
Ambos sabían que en cualquier momento uno de ellos
podía accionar el gatillo. La tensión era palpable en el aire. Si en ese
momento entrase una mariposa en el vestíbulo, crearía una vibración en la
atmósfera que ondearía hasta los dedos de los dos sicarios enfrentados,
provocando así el movimiento de los índices.
Consciente de que esto podía ocurrir más pronto
que tarde, Jacob decidió regalarse un último momento de gloria que le embargara
de satisfacción.
Curvó los labios en una sonrisa triste pero reconfortante,
y dijo:
—Imagino que te encantaría saber su nombre,
¿no?
Por primera vez desde que lo conocía, vio miedo
en la mirada de Río. Las pupilas de sus ojos se contrajeron, su rostro
palideció. Sabía de qué iba aquello. Sabía a qué estaba jugando Jacob.
La sonrisa de Jacob, o Santiago, ahora se tornó
maliciosa.
—¡Pues que te jodan!
Y ambas pistolas tronaron a la vez.