lunes, 19 de enero de 2015

Siempre a tu lado

—Te amo. Lo sabes, ¿verdad? Nunca debí dejar que te marcharas.

Ella le sonrió desde el otro lado de la mesa, por encima de las velas, las dos copas de vino tinto, y la ensalada. Qué sonrisa tan hermosa.

—Tú no tuviste la culpa; ninguno la tuvimos. No se puede evitar lo inevitable —trató de consolarle. Qué voz tan dulce.

—Pero no estuve a tu lado…

—Trabajabas. Y además, ni siquiera yo me di cuenta. Ocurrió sin más. No pudimos evitarlo —repitió ella, y posó una mano sobre la de él. Qué mano tan suave.

Él miró la mano, y luego sus ojos verdes. Qué ojos tan cautivadores.

Pensó en lo que ella le había dicho. Podía tener razón, aunque eso no calmaba el dolor que sufría. Sin embargo había regresado. Y él había preparado una cena de reconciliación.

Jamás volvería a separarse de ella.

Cogió la copa y la alzó para sellar con un brindis su voluntad. Ella hizo lo propio y se bebieron todo el contenido. Al rato, la cabeza de él se desplomó sobre la ensalada.

Lo último que vio al otro lado de la mesa, en aquella silla vacía, fue su sonrisa. Qué sonrisa tan hermosa. 





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