¿Crees en los rumores pueblerinos?
La noticia llegó de boca de Reyes «el Borracho», un apodo muy
acertado, aunque en el bar «Aliento infernal» no era el único con ese apelativo:
también estaba Fermín «el Borracho», Nacho «el Borracho», Santiago «el
Borracho», e incluso había una Flora «la Borracha». Estos y muchos más eran la
casta que frecuentaba aquel bar de pueblo y de nombre bien acertado.
Todos se conocían bien, pasaban allí todo el
día, a veces hasta se quedaban encerrados toda la noche durmiendo —a Antonio,
el dueño, a quien podría atribuírsele el mismo apodo, no le importaba, tenía
las bebidas a buen recaudo bajo llave—, así que cuando Reyes «el Borracho»
irrumpió a las nueve de la mañana en el bar con aquella noticia, nadie le
prestó atención. Hasta que pronunció una palabra.
—¿Os habéis enterado? —arrastró la pregunta,
revelando su todavía estado ebrio. Los cinco que estaban en la barra giraron
las cabezas con ojos perdidos e indiferentes, y volvieron a centrar su atención
en sus deliciosas cervezas matutinas. Flora «la Borracha», sentada a una mesa,
mugió algo y se llevó la jarra a la boca. Reyes «el borracho» continuó mientras
Antonio le preparaba la pinta bien espumada—. Han robado a María.
Uno de los hombres volteó hacia él con un
brillo de curiosidad en los ojos.
—¿La mujer del guardiacivil? —preguntó Santiago
«el Borracho», quien se encontraba justo a su lado.
—Ea, la misma —afirmó—. Él tenía el turno de
noche, así que estaba ella sola en casa. Al parecer no recuerda nada… Bueno,
dice que llamaron a la puerta… y que al abrirla algo debió pasar, porque a
partir de ahí, solo recuerda haberse despertado en el suelo de la entradita.
Ah, y no para de decir algo sobre un conejo.
Conejo. Esa fue la palabra que pareció sacar al
hombre de «Ebriolandia». Se trataba de Fermín «el Borracho».
—¿Un conejo? —preguntó. Su voz sonaba ronca,
pero clara—. ¿Estás seguro? —Reyes «el Borracho» asintió, después echó un trago
a su recién servida birra. Fermín «el Borracho» entornó los ojos y cogió su
botellín con ambas manos sobre la superficie de mármol de la barra.
—¿Qué ocurre? —se interesó Antonio conforme alzaba
su jarra y limpiaba con un trapo la zona mojada en la que había estado posada.
—Creo que sé quién ha sido.
Aquello arrastró a todos los presentes al bar,
y obligó a sus oídos a escuchar a Fermín «el Borracho». Flora «la Borracha» se
levantó de la mesa y se sentó en una banqueta junto a la barra.
Fermín «el Borracho» comenzó a hablar.
—La llaman la Mujer Roja. Siempre va vestida
elegantemente con un traje rojo y una corbata roja. Es algo irónico que vista
de este color tan amenazante cuando sus trabajillos son tan limpios. No deja
huellas, ni ataca física ni directamente a sus víctimas. También lleva un
parche de este color.
—¿Un parche? —inquirió Flora «la Borracha».
Fermín «el Borracho» aprovechó la intervención
para beber, y los demás le imitaron como si hubiese dado la orden.
—Sí. Un parche —prosiguió—. He oído que
perteneció al KGB, pero nadie lo sabe con certeza. Se dice que perdió el ojo en
una misión secreta que no salió del todo bien. Pero vayamos a lo importante. La
Mujer Roja no trabaja sola. Has dicho que María solo se acuerda de haber
abierto la puerta y despertarse en el suelo de la entradita, ¿no? —Reyes «el
Borracho» asintió enérgicamente con la cabeza y esta vez no bebió; al igual que
el resto de los presentes, su boca estaba abierta en una atenta expresión
atolondrada—. La Mujer Roja tiene un conejo que hipnotiza…
—¿Un conejo que hipnotiza? —intervino Nacho «el
Borracho», tornando el compartido gesto embelesado en lasciva curiosidad.
—¡Un conejo animal, pervertido! ¿Qué te
pensabas?
Flora «la Borracha» estalló en una risa
estridente y aguda semejante a una hiena.
—Estás tan borracho, Nacho, que ni siquiera te
acuerdas de lo que se ha dicho hace unos minutos —carcajeó la mujer.
Los labios de Nacho «el Borracho» esbozaron una
estúpida sonrisa y Fermín continuó.
—La gente dice que ese conejo tiene la
capacidad de hipnotizar al mirarle a sus ojillos rojos, en apenas unos
segundos… Abres la puerta, te encuentras con un lindo conejito blanco, te
agachas, y mientras le miras y le dices estúpidas ñoñerías… ¡zas! —golpeó con el
botellín en el mármol para enfatizar su exclamación. Los demás se sobresaltaron
ligeramente—, caes inconsciente. Luego aparece la Mujer Roja, y seguida de su
conejo blanco, roba tranquilamente todo lo que haya de valor por la casa.
Hubo unos instantes de silencio en el que solo
se oía el zumbido de una mosca que había alrededor de las alitas de pollo del
mostrador.
—Y ¿cómo sabes tú eso? ¿Quién te lo ha dicho?
—preguntó suspicazmente Santiago «el Borracho».
—Lo oí por ahí.
—Y ¿cómo lo sabe a quien se lo oíste, si se
supone que nadie recuerda nada? —inquirió ahora Flora «la Borracha».
—Sí. Y ¿cómo acabó convirtiéndose un agente del
KGB en ladrona? —intervino Antonio, preparándose otra jarra de cerveza.
Otro momento de silencio. Fermín «el Borracho»
no sabía qué contestar. Nunca se lo había preguntado.
De nuevo la mujer desfiguró su feo rostro en
risas y esta vez contagió al resto. A Fermín tardó un poco más en alcanzarle la
irrisoria epidemia, pero finalmente rio hasta que sus ojos expulsaron parte del
alcohol que corría por su cuerpo.
Unos minutos después, todos se habían olvidado
de la historia de la Mujer Roja, y continuaron bebiendo sin parar.
*Relato republicado basado en la ilustración de Troy Brooks (arriba), propuesta por el blog https://elbicnaranja.wordpress.com/ en su sección ''Viernes Creativo: escribe una historia'' el 22/12/2014.
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