¿Qué pasa exáctamente después? ¿Tú qué decidirías?
—Eh, despierta. ¡Despierta!
—¿Mmmmm? ¿Qué…? —El hombre se reincorporó y
empezó a observar su alrededor con aire soñoliento, entrecerrando los ojos como
si el sol le estuviera cegando.
—Ha llegado la hora.
—¿La… La hora? ¿De qué? —El hombre examinaba su
entorno, dando vueltas sobre sí, tambaleándose, fascinado y a la vez
desconcertado.
—De decidir.
Hubo un momento de silencio conforme el hombre
comenzaba a andar, sin dejar de contemplarlo todo.
—¿Decidir el qué?
—Si vives o mueres.
—Si ¿qué?
El hombre no se detuvo —si hubiese podido desde
luego lo habría hecho—, aunque la expresión de su rostro cambió. Entrecerró aún
más los ojos, ya no por el sol, sino por absoluta estupefacción. Y su cabeza
seguía moviéndose, ya no por lo que le rodeaba, sino intentando buscar al dueño
de la voz.
—No hay mucho tiempo, así que decide.
—¿De qué hablas? ¿Quién eres? ¿Dó… Dónde
estás?... ¿Dónde estoy?
—Haces muchas preguntas… y no hay mucho tiempo.
La voz parecía sonar aburrida y cansada, como
la de un profesor que ha tenido que repetir varias veces una explicación a un
alumno con problemas de comprensión.
—¿Qué quieres decir con que no hay mucho
tiempo?
—Que estás a casi cincuenta grados bajo cero,
sin comida, solo, y perdido a más de dos mil metros de altura; eso es lo que
quiero decir con que no hay mucho tiempo. Y a mí se me está acabando la
paciencia. Y si a mí se me acaba la paciencia, a ti se te acaba la poca energía
que pueda quedarte en el cuerpo, la última gota de instinto que te quede en tu
estúpido cerebro. ¿Ves eso de ahí? —El hombre se imaginó que se refería a una
especie de cueva que había frente a él, a unos treinta metros. Sin esperar
respuesta, la voz prosiguió—. Cuando entres, todo irá más rápido, y será más
difícil tomar la decisión. Así que…
—Pero…
—No hay peros.
—… hay una cosa que no encaja…
—Aquí encaja todo. Que algo sea desconocido no
quiere decir que no encaje. Aquí encaja todo —repitió. El hombre avanzaba y
avanzaba sin detenerse hacia aquella cueva. Había dejado de observar su
alrededor; ahora mantenía la mirada fija en aquel punto negro al que se
dirigía—. Esto es el gran secreto del universo. No obstante, si decides vivir,
no te acordarás de nada y no podrás contárselo a nadie… Una lástima, pues ¿qué
ser humano no estaría encantado de revelar este gran secreto… el Gran Secreto,
tan deseado? Sería irresistible: los secretos son secretos, pero están hechos
para ser contados. Así que no, no puedo permitirlo. Esto tiene que seguir
siendo un misterio para todos. Tiene que serlo, porque de no ser así, ¿qué
crees que haría la gente si descubriera que en el último momento hay una
elección? ¿Que cuando parece que todo está perdido, en realidad no lo está del
todo? Sois tan curiosos que con razón la curiosidad mató al gato —afirmó con un
deje totalmente convencido—. Lo que quiero decir es que la gente trataría de
comprobarlo, se suicidaría solo con el objetivo de ver qué hay después, qué hay
al otro lado. Diría «¿qué más da? Total, puedo elegir entre vivir y morir». Sin
embargo, aunque yo dé la oportunidad de elegir, no todos logran salvarse. Hay
algunos más fuertes, con un instinto de supervivencia más desarrollado,
mientras que hay otros más débiles, almas derrotadas; por no decir que no
siempre puedo ofrecer esta oportunidad, puesto que hay muertes y muertes. «¿Y
cuál es el problema? —pensarás—. Mejor
para mí, ¿no?».
En realidad, el hombre no había pensado eso; el
hombre estaba tratando de asimilar todo lo que esa voz le decía, trataba de buscar
alguna lógica a todo aquello; la cabeza le daba vueltas y vueltas.
—Pues sí y no —prosiguió la voz—. El caso,
amigo helado, es que estoy bajo el control de un trato. Un trato que tiene
muchos más años que la propia humanidad. Un trato realizado con una gran
cabrona. Digamos que consiste (en términos sencillos), en si tú no me quitas,
yo tampoco. Por lo tanto he de hacer olvidar este pequeño instante.
»Por supuesto ha habido casos, no sé por qué,
la verdad, en los que no logré que se olvidara (no al menos del todo), y parte
del secreto fue revelado, pero han sido tan pocos, tan excesivamente pocos, y
la incredulidad humana es tan inmensa, que no ha tenido mayor relevancia.
»El caso, amigo congelado, a lo que voy, es que
dices que no encaja porque te he dicho que estás a más de dos mil metros de
altura, rodeado de nieve, solo y helado, pero sin embargo, tú estás viendo un
hermoso prado verde, con un estupendo cielo azul, un brillante lago allá y un
enorme árbol justo ahí; también ves la casa donde te criaste, junto con algunos
objetos de tu infancia, la tuya actual, junto con algunos objetos de la
actualidad, así como los miembros de tu familia más preciados. Pero aún así, yo
te vuelvo a decir que todo encaja, porque estás en los dos sitios a la vez.
Estás en esa montaña, casi enterrado por la nieve, porque decidiste hacer la
escalada de tu vida —soltó una carcajada burlona—, y estás aquí ahora por un
motivo. El motivo es, como he dicho ya un millón de veces, decidir si vives o
mueres. Te he dejado bastante tiempo, y estás a punto de entrar y verme…,
bueno, en realidad vislumbrarme, y te recuerdo que, una vez dentro, el tiempo
se acelerará y será más difícil tomar una decisión.
El hombre se encontraba apenas a tres metros de
aquel oscuro hueco. No sabía por qué ni cómo, pero creía comprender a aquella
voz, y la verdad era que la decisión no era más difícil que escoger entre un
día en la nieve o un día en la playa, y esa boca negra erizaba los pelos de la
nuca y los brazos.
—Es… Está bien —dijo al fin a dos pasos de la
oscuridad—. La he tomado.
—¿Y bien?
—Decido vivir.
Al dar el paso incontrolable que le
introduciría finalmente en la cueva, esta se alejó cada vez más y más hasta
desaparecer.
—Me lo imaginaba —suspiró la voz.
—Pero todavía quiero saber algo —anunció el
hombre.
—Rápido; ya has detenido tu avance y estás a
punto de volver.
—¿Quién eres?
—¿En serio todavía no lo sabes? —preguntó, y de
nuevo no esperó a la respuesta—. Soy la pesadilla de muchas personas; soy el
despiste en una carretera; soy la bala de un arma; soy el humo del tabaco; soy
el tumor; soy el metabolismo congelado de un hombre… Soy esto y mucho más. En
definitiva, para que me entiendas mejor, soy la luz al final del túnel al que
casi entras…
»Es decir: soy la Muerte, ¿quién si no?
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