Nunca se sabe quién hay al otro lado de la puerta
La bolsa pesaba, pero al chico no le importaba. ¡Era Halloween! Y como cada año, la noche más divertida para él. Hacía frío, y el muchacho, con su máscara de rasgos retorcidos como disfraz, tiritaba bajo el abrigo rojo. Sin embargo, tiritaba por los nervios.
Sus ojos divisaron la Mansión, negra y
terrorífica, aquella en la que se decía vivía una bruja que, cómo no, se comía
a los niños. Pero él solo había visto a una joven entrar y salir todos los
días.
Llamó al timbre, y al rato se abrió la puerta.
El rostro de una mujer mayor le sorprendió. Abrió la bolsa al tiempo que decía
«Truco o Trato», y la volvió a cerrar cuando la bruja le dijo que había olvidado preparar los caramelos. Luego, la anciana posó una mano en su hombro y le
obligó a entrar. «Hace mucho frío», le dijo. ¿Sería una bruja de verdad?
¡Chorradas! Cuando se quedó solo, introdujo la
mano en la bolsa y sacó el cuchillo.
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