lunes, 6 de octubre de 2014

Una última mirada

No lo siente en su rostro, sino en su corazón.


El hombre yace en la cama adormilado. Entra y sale al mundo en intervalos, solo que no es al mundo adonde va.

Ojalá pudiera ver el mundo. Lleva mucho tiempo entre esas cuatro paredes blancas. Una de ellas tiene una ventana, sí, pero también lleva mucho tiempo sin arrojar la mirada por ella, pues apenas tiene fuerzas para girarse; ni siquiera recuerda que allí haya una ventana exactamente, pero aún le queda un poco de sentido común, y comprende que esa claridad en la que está bañada la pared que logra entrever solo puede proceder de la calle… y que en esos momentos, por alguna razón, es lo que más necesita. Necesita que esa luz le acaricie el rostro, necesita mirar a través de la ventana, para ver el mundo, porque al igual que sabe que esa luz procede de una ventana que no recuerda, es consciente de que su final está cerca, y no quiere irse sin ver por última vez algo más que esas cuatro paredes, sin ver el brillante cielo azul, sin ver las verdes hojas de los árboles, sin ver los impresionantes edificios medievales, vikingos y árabes. Solo así se irá completamente feliz. Pero no puede, es incapaz siquiera de levantar del todo los párpados.

Por supuesto, toda su familia está ahí. Está entre una insistente neblina. Pero está. Los oye. Los siente. Ojalá pudiera pedirles que le dieran la vuelta. Al igual que él, saben que el final está cerca. Y se siente contento, agradecido y querido. Él también les quiere ahora más que nunca. Un leve dolor le arde en algún lugar imposible de identificar, pero no le importa, porque los tiene a ellos. Con esas personas a su alrededor, se siente feliz; pero aún así, sigue experimentando la apremiante sensación de girarse y echar una última mirada al mundo. Solo espera poder hacer eso. Para poderse ir tranquilamente y completamente dichoso…

De pronto, algo poderoso, enérgico, le golpea suavemente el cerebro, el cual envía señales a sus ojos para que los abra del todo; estos, por supuesto, lo hacen. Ve bien. Luego continúa enviando mensajes al resto de su cuerpo. Así pues, en menos de  un segundo, su cuerpo entero se gira hacia la ventana, provocándole por unos breves instantes una ceguera debido a la claridad, para dejar paso a lo que había estado deseando ver durante mucho tiempo. No contento con eso, su cerebro lanza otra señal eléctrica, y le hace incorporarse, quedando sentado, con los pies colgando de la camilla del hospital, de espaldas a su familia… y de frente al mundo. Sonríe. No lo percibe en su rostro, pero sí en su interior, en su corazón. Ojalá todos los allí presentes supieran cómo se siente en este momento. Seguro que así dejarían de estar tristes.

Tan repentinamente como había venido, esa extraña energía se esfuma de su cuerpo, y su cerebro va anulando sus envíos, haciéndoles retroceder uno a uno. Su cuerpo vuelve a debilitarse, y se tumba, se gira, y los párpados le bajan lentamente, consiguiendo ver por última vez las siluetas brumosas de todos los que están ahí.

Esa debilidad cada vez es más intensa, pero ya no le importa y se deja llevar, porque ya ha conseguido lo que quería. Y como para demostrarlo, coge una fuerte bocanada de aire, y la suelta. Sonríe. No lo percibe en su rostro, pero sí en su interior, en su corazón. Ojalá todos los allí presentes supieran cómo se siente en este momento. Solo así dejarían de estar tristes.



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