No lo siente en su rostro, sino en su corazón.
El hombre yace en la cama adormilado. Entra y sale al mundo en intervalos,
solo que no es al mundo adonde va.
Ojalá pudiera ver el mundo. Lleva mucho tiempo
entre esas cuatro paredes blancas. Una de ellas tiene una ventana, sí, pero
también lleva mucho tiempo sin arrojar la mirada por ella, pues apenas tiene
fuerzas para girarse; ni siquiera recuerda que allí haya una ventana
exactamente, pero aún le queda un poco de sentido común, y comprende que esa
claridad en la que está bañada la pared que logra entrever solo puede proceder
de la calle… y que en esos momentos, por alguna razón, es lo que más necesita. Necesita
que esa luz le acaricie el rostro, necesita mirar a través de la ventana, para
ver el mundo, porque al igual que sabe que esa luz procede de una ventana que
no recuerda, es consciente de que su final está cerca, y no quiere irse sin ver
por última vez algo más que esas cuatro paredes, sin ver el brillante cielo
azul, sin ver las verdes hojas de los árboles, sin ver los impresionantes
edificios medievales, vikingos y árabes. Solo así se irá completamente feliz.
Pero no puede, es incapaz siquiera de levantar del todo los párpados.
Por supuesto, toda su familia está ahí. Está
entre una insistente neblina. Pero está. Los oye. Los siente. Ojalá pudiera
pedirles que le dieran la vuelta. Al igual que él, saben que el final está
cerca. Y se siente contento, agradecido y querido. Él también les quiere ahora
más que nunca. Un leve dolor le arde en algún lugar imposible de identificar,
pero no le importa, porque los tiene a ellos. Con esas personas a su alrededor,
se siente feliz; pero aún así, sigue experimentando la apremiante sensación de
girarse y echar una última mirada al mundo. Solo espera poder hacer eso. Para
poderse ir tranquilamente y completamente dichoso…
De pronto, algo poderoso, enérgico, le golpea
suavemente el cerebro, el cual envía señales a sus ojos para que los abra del
todo; estos, por supuesto, lo hacen. Ve bien. Luego continúa enviando mensajes
al resto de su cuerpo. Así pues, en menos de
un segundo, su cuerpo entero se gira hacia la ventana, provocándole por
unos breves instantes una ceguera debido a la claridad, para dejar paso a lo
que había estado deseando ver durante mucho tiempo. No contento con eso, su
cerebro lanza otra señal eléctrica, y le hace incorporarse, quedando sentado,
con los pies colgando de la camilla del hospital, de espaldas a su familia… y
de frente al mundo. Sonríe. No lo percibe en su rostro, pero sí en su interior,
en su corazón. Ojalá todos los allí presentes supieran cómo se siente en este
momento. Seguro que así dejarían de estar tristes.
Tan repentinamente como había venido, esa
extraña energía se esfuma de su cuerpo, y su cerebro va anulando sus envíos,
haciéndoles retroceder uno a uno. Su cuerpo vuelve a debilitarse, y se tumba,
se gira, y los párpados le bajan lentamente, consiguiendo ver por última vez
las siluetas brumosas de todos los que están ahí.
Esa debilidad cada vez es más intensa, pero ya
no le importa y se deja llevar, porque ya ha conseguido lo que quería. Y como
para demostrarlo, coge una fuerte bocanada de aire, y la suelta. Sonríe. No lo
percibe en su rostro, pero sí en su interior, en su corazón. Ojalá todos los
allí presentes supieran cómo se siente en este momento. Solo así dejarían de
estar tristes.
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