A veces hay que afrontar el dolor
Siempre me han gustado tus caricias. Lo sabes, ¿verdad? Claro que sí,
¿cómo no ibas a saberlo? Sabes bien que el solo hecho de rozarme con las suaves
yemas de tus dedos era suficiente para excitarme. ¡Y me volvía loco cuando me
abrazabas, acercabas tus labios a mi oreja, y mordías el lóbulo sin previo aviso!
También deseaba que llegara la noche para recibir encantado tus delicados
masajes en mi espalada. Mi Nana Especial, la llamaba yo, ¿te acuerdas?
Sin embargo, ahora es diferente, sobre todo por
las noches. Hay veces que incluso no voy a casa: duermo en un hotel barato. Hay
veces que incluso después del trabajo, me quedo en un bar bebiendo hasta
encharcar mi sangre en alcohol.
Me duele reconocerlo tanto como confesarlo,
cariño, me duele hasta desear abrirme el pecho con las uñas y arrancarme el
corazón, pero he de hacerlo. He de rogarte que pares, por favor. Para, porque
todas tus suaves caricias, todos tus traviesos mordiscos, todos tus masajes
nocturnos ya no me gustan. ¿Por qué?, te preguntarás.
Porque, mi amor, cada vez que lo haces, recuerdo todos esos momentos, momentos que fueron mucho más cálidos cuando estabas viva.
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