Nunca se sabe quién hay detrás
Dedicado a C.G. Demian, quien siempre me anima a aporrear el teclado.
Sé que no debí dejarlo entrar.
Era un desconocido y, además, su estado
presentaba una imagen nada encantadora. La piel pálida como la luna que colgaba
del cielo nocturno sobre su cabeza redonda y sin pelo, ojos inyectados en
sangre y labios tan rojos como esta; pero lo achaqué al accidente, y mi piedad
apartó al miedo igual que un profesor apartaría de la pizarra a un alumno para
enseñarle a resolver un problema. Porque eso es lo que contó: que su vehículo
había perdido un neumático y necesitaba ayuda.
Ahora, tumbado en el suelo, recuerdo lo que me
hizo comprender mi error. Lo que logró que el miedo se colocara de nuevo por delante
de la piedad. La sonrisa que se formó en sus labios al atravesar uno de sus
pies el umbral. La sonrisa y la expresión de los ojos, la misma de un
depredador consciente de que su presa no tiene salida, el brillo del hambre que
sabe que será saciada.
Ahora, en el suelo, bajo el peso del cuerpo de
mi invitado, entre los últimos suspiros de vida que se escapan por mi yugular
al tiempo que se adentran en otro organismo, sé que no debí dejarlo entrar.
Un final que no esperaba, increíble intriga asta el final. Me a gustado.
ResponderEliminarUn placer que te haya sorprendido y gustado, compañero. Muchas gracias por leerlo y comentarlo.
EliminarEstá muy bien
ResponderEliminarMe alegra que te haya gustado, María. Gracias por pasarte por aquí.
EliminarUn abrazo.
Muchas gracias por la lectura y el comentario en el blog, Fran.
ResponderEliminarUn abrazo.
intrigante hasta el final. Un abrazo.
ResponderEliminar¡Hola, Mamen! ¿Qué tal? Definitivamente, eres la lectora más fiel de este blog. Muchísimas gracias por estar siempre ahí, por leerme y dejar tu comentario.
EliminarUn fuerte abrazo.