miércoles, 28 de noviembre de 2018

El miedo



Para empezar, me atrevería a decir que el miedo es en su totalidad psicológico, es decir, todo está en nuestras cabezas, en nuestras mentes, en una parte del cerebro que se activa para protegernos de cualquier impulso temerario a la hora de enfrentarnos a algo. Ese algo puede ser externo o, de un modo más complejo, interno, y de ahí la distinción de un miedo físico y un miedo psicológico. No obstante, todo entra, como he dicho antes, dentro del saco cuya inscripción reza en mayúsculas «PSICOLÓGICO». Porque es el mecanismo de defensa que tenemos por naturaleza el que se pone en alerta en ambos casos, de ahí que también se nos abran más los sentidos en momentos de extremo terror. Razón por la que en estos casos, con frecuencia, solemos oír ruidos que en una situación normal no escucharíamos, o un extraño regusto a cobre en la boca, o una especie de visión nocturna al escrutar con tanto empeño la oscuridad (a oscuras, en tu habitación intentando dormir tras ver una película de terror: crujidos de madera de los muebles, pasitos en el tejado, el silbido del viento en tus oídos y el azote en las ventanas más fuerte de lo normal, la silueta de un hombre sentado en una de las sillas que resulta ser ropa apilada…).

Esa muralla defensiva nos salva de cualquier intento irracional a la hora de afrontar ese algo. Y hace bien, porque, por ejemplo, ¿qué pasaría si no lo tuviéramos? ¿Qué pasaría si creyéramos que ha entrado alguien a nuestra casa? Bueno, en el caso de que esto fuera real, lo único que conseguiríamos al salir corriendo sin siquiera pensar en un plan coherente antes —como llamar a la policía o serenarse y enfrentarse a él—, sin llegar a activarse ese mecanismo de defensa supuestamente inexistente en este ejemplo, lo más probable sería que esa persona nos hiciera daño e incluso algo peor. Así pues, el miedo, por el mero hecho de no existir, habría —en el peor de los casos— acabado con nosotros, o simplemente nos habría herido.

Lo mismo ocurre cuando no hay una presencia física en ese miedo PSICOLÓGICO. Al igual que antes, ¿qué pasaría si no lo tuviéramos? ¿Qué pasaría si creyéramos que hay un fantasma paseándose a voluntad por los pasillos de nuestro hogar con el único fin de atormentarnos la noche? Nos lanzaríamos al ataque sin más y nos pasaríamos toda la noche buscándolo, preguntándonos dónde está, gritándole incluso que saliera, y de ese modo presentaríamos una imagen de nosotros mismos digna de una persona que debería estar entre los muros de un centro psiquiátrico.

Por lo tanto, el miedo es algo fundamental para la supervivencia, algo muy parecido a una emoción, un sentimiento que nos protege en la mayoría de los casos de acabar tumbados en la cama de un hospital (o tumbados en otro lugar más oscuro y diminuto) o nos impide volvernos locos por cosas que ni siquiera son reales. Un arma que todos, incluso los que dicen ser valientes, llevamos enfundada en la cartuchera de nuestra mente.

domingo, 18 de noviembre de 2018

Juan y Dolores

Algunos matrimonios son... peligrosos


El día en que Juan decidió matar a su mujer, hacía mucho frío. Era extraña una temperatura tan baja a principios de septiembre —parecía que el otoño tenía prisa por joder—, no obstante, aquel fue un día muy extraño.

Juan y Dolores, ya de por sí, eran un matrimonio bastante insólito. Estamos hartos de oír noticias sobre violencia de género, en especial de violencia machista, sabemos también que existe justo lo contrario: que el hombre en vez de ser quien golpea, lo hace la mujer.  Sin embargo, en el caso de Juan y Dolores, ambos se daban de hostias por igual. Aunque Juan era quien recibía la peor parte. Dolores pesaba cien quilos y pico; Juan no llegaba a los setenta y cinco.

Dolores era una mujer robusta, con más carne que huesos, de brazos y muslos que tenían la misma anchura que el cuerpo de su marido, y dos cabezas más bajo su mofletudo rostro, las cuales sepultaban el cuello. Si estáis pensando que con estas características Juan lo tendría fácil a la hora de escapar, este os diría (si pudiera) que estáis muy equivocados. Dolores era ágil como un gato persa y era capaz de mover el brazo tan rápido como una víbora al atacar. Juan, por el contrario, se hacía más daño al golpear la mullida grasa de su mujer que el que ella debía sentir. Dolores era su nombre, pero dolores era lo que sufría Juan en cada pelea.

De modo que, harto de una humillación tal que aplastaba su virilidad contra el suelo, de las risas de sus amigos, de los dolores de su cuerpo —tanto cuando daba como cuando recibía—, llegó a la conclusión desesperada de acabar con la enorme existencia de su mujer.

No tenían hijos. Los padres de ambos habían fallecido. Juan no tenía hermanos; Dolores, sí, una hermana cuyo parentesco había desaparecido tras una discusión hacía ya tantos años que la cifra exacta había quedada perdida en su memoria, y sus escasas amigas —si es que se las podía llamar así— no echarían de menos su carácter arrogante y egoísta. En cuanto a los amigos de Juan, estos estaban casi todo el día borrachos, así que no harían preguntas peligrosas.

De camino a casa, con el regusto del alcohol en el paladar, Juan hundió la mano en el bolsillo de la cazadora y sacó el reloj de bolsillo heredado de su padre (¿qué reloj de bolsillo no es heredado de un padre?, pensaba). Por otra parte, Juan siempre había preferido estos relojes, ya no porque fuera un objeto heredado, sino porque pensaba que el reloj de bolsillo era para hombres y el de pulsera para mujeres.

Abrió la tapa con el pulgar y miró la hora. Las doce menos cinco de la noche. Sonrió. Dolores se extrañaría por lo temprano de su regreso del bar y, en medio de la confusión, podría atacar.

—Qué inteligente he sido —se alababa en voz alta mientras daba pasos vacilantes entre farola y farola.

Con su autoalabanza se refería al hecho de que se había tomado dos o tres copas menos para estar con todos los sentidos despiertos a la hora de llevar a cabo el asesinato.

En vez de guardar de nuevo el reloj en el bolsillo, Juan se sentía tan feliz, que lo cogió por la cadena de plata y le dio vueltas en el aire hasta que llegó a la puerta de su casa.

Encontró a su mujer en el sillón del cuarto de estar, roncando como un cerdo. Todas las luces de la casa estaban apagadas. Solo el brillo del televisor se colaba por la puerta del salón e iluminaba tenuemente el pasillo. Juan no quiso encender ninguna luz por miedo a despertarla.

Al cruzar la puerta del cuarto de estar y vislumbrar la parte superior de la cabeza de su mujer llena de rulos, se detuvo, paralizado. No fue por temor, ni siquiera se trataba de un repentino y tierno acceso de amor, no; esta no es una historia Disney con un esperado final feliz. Lo que turbó a Juan fue el percatarse de que no había pensado en cómo iba a matarla.

Durante un momento estuvo a punto de abandonar y dar media vuelta, regresar al bar y terminarse las dos o tres copas que le quedaban para completar el cupo diario, pero entonces notó que tenía algo en la mano. El reloj de bolsillo heredado de su padre. No lo había vuelto a guardar.

Miró de un modo intermitente al reloj y a Dolores, a Dolores y al reloj. La luz del televisor arrancaba destellos azulados a la cadena del reloj y a los rulos de su mujer.

Avanzó muy despacio, pensando con cierto horror que era probable que la muy elefanta estuviera fingiendo los ronquidos y que en cuanto llegase a su altura, se daría media vuelta y le pillaría in fraganti; pero ese pensamiento se desvaneció cuando agarró la cadena con las dos manos, la alzó por delante de la cabeza de la mujer y le rodeó las dos caras sin rostro que formaban la doble papada. La delgada cadena de plata se introdujo entre estas dos piezas de carne, quedando enterrada como el mismísimo cuello. Los ronquidos cesaron enseguida, convirtiéndose en gritos ahogados. Juan no sintió ningún remordimiento al oírlos.

Al tiempo que Dolores se removía en el sillón, el delgado cuerpo de Juan se balanceaba con brusquedad a un lado y a otro, arrastrado por la fuerza de su mujer, sin embargo mantenía la cadena bien aferrada, sintiendo como esta se iba hundiendo cada vez más tanto en la palma de sus manos como en el cuello su víctima.

Dolores balbuceaba ahora. Seguro que estaba poniendo verde a la persona que la estrangulaba, consciente de que se trataba del blandengue de su marido. También intentaba hacerse con la cadena, pero sus morcillones dedos no podían deslizarse entre las papadas. Juan se deleitaba al observar esos inútiles intentos de su mujer, babeando y sudando alcohol. Por primera vez en muchos años, se le levantó.

La agitación de Dolores era cada vez más intensa. Los meneos que daba Juan, impulsado por los movimientos de su mujer, provocaron que todos sus huesos empezaran a dolerle.

Para evitar caer hacia adelante, por encima del respaldo del sillón, se agachó como si quisiera sentarse en el suelo. De este modo logró tirar con más fuerza de la cadena. Esta acción hizo que Dolores se arrojara hacia atrás con todo su peso, volcando, ante los ojos desorbitados de su marido, el sillón.

Juan quedó aplastado entre el suelo, el respaldo del sillón, y los ciento y pico quilos de su mujer. Pero no murió al instante, y su tozudez y determinación le permitieron continuar haciendo fuerza.

—¡Muérete ya, joder! —gruñó expulsando un líquido que debía ser rojo pero que debido a la iluminación de la estancia parecía morado.

De entre los pliegues de la papada de Dolores también empezó a resbalar sangre morada.

Ahora, los movimientos de la mujer fueron perdiendo intensidad, y cada vez eran más débiles. Ya no balbuceaba insultos, solo salían sonidos guturales de entre sus labios. Y sus manos ya no trataban de agarrar la cadena; ahora buscaban desesperadamente la cara de su asesino. Finalmente la mano cayó inerte cerca de la oreja de Juan y los gemidos cesaron como los ronquidos.

Juan aflojó los músculos de los brazos con una sonrisa triunfal.

Un último pensamiento cruzó por su mente unos segundos antes de morir por múltiples daños internos. Una pregunta crucial que no se había hecho hasta ese momento.

Una vez matado a su mujer, ¿cómo tenía pensado trasladar aquel enorme cuerpo? 



miércoles, 7 de noviembre de 2018

Entrevista, por Elena Siles

¿Y si fueras el último?


Hoy os traigo una entrevista que me realizó Elena Siles en su web You Are Writer. En ella os hablo de El Espejo



1. ¿Cómo definirías tu novela? ¿Qué la diferencia de las demás?

El Espejo no se limita a ningún género. Sobre todo es una historia, y como cualquier historia que te puedas encontrar en la vida real, está compuesta de situaciones, algunas dramáticas, otras divertidas y muchas terroríficas. Y dentro del campo de la ficción, también fantásticas. Pero todas ellas, humanas. El protagonista de mi novela se enfrenta a un mundo desolado, posapocalíptico, y lo hace él solo. Es un niño, y aunque la situación le obliga a crecer antes de tiempo, el lector detectará que en casi todas sus decisiones prevalece el niño sobre el prematuro hombre, porque un mundo así sobrepasaría a cualquiera. Y más a un niño de nueve años. 

Más adelante encontrará una vía de escape para su soledad. Y creo que es aquí donde más se diferencia mi historia de otras con el tema del fin del mundo de fondo. 


2. ¿Cómo se te ocurrió la idea para la misma? 

La idea nació tras ver la película Soy leyenda. Digo la película porque aún no he tenido la posibilidad de leer el libro, aunque lo estoy deseando. 

Fue hace unos cuatro o cinco años. En la película, todos los humanos han desaparecido, se han convertido en otra cosa que no voy a desvelar. Pero aún queda un humano sano, y este humano está acompañado por un perro. 

Durante el visionado pensé lo siguiente: Debe ser difícil crear una historia en la que solo haya dos personajes... y uno de ellos ni siquiera hable. La idea de una historia larga, sin apenas diálogos, me fascinó, me llamó mucho la atención. Era una idea complicada, pero me gustaba. Entonces me dije que yo quería escribir algo así, pero sin copiar la idea de la película, claro. Y se me ocurrió el esbozo principal de El Espejo. Un ser humano solo en un mundo posapocalíptico con un compañero de viaje, solo que en mi historia ese compañero no sería un perro, sería algo un poco más complejo. 

En un principio lo pensé como un relato corto de unas tres páginas. Pero en cuanto escribí la línea final del prólogo, me di cuenta que esta historia no se podía contar en tan solo tres páginas. Necesitaba muchas más. Y así se fue gestando, poco a poco, lo que es ahora El Espejo. 



3. ¿Por qué decidiste lanzarte a autopublicar tu novela por ebook?

Esta historia la publiqué por primera vez aquí por capítulos y en webs de relatos como You Are Writer. A la gente que la siguió y llegó hasta su final, le gustó, de modo que una vez terminada, decidí juntar todos los capítulos y crear un PDF descargable y gratuito para quien quisiera tenerla completa en su ordenador o ebook. 

Sin embargo, hace unos meses me picó el gusanillo de Amazon. Me apetecía tener El Espejo como libro físico, poder tocar sus páginas, su portada. La pregunta es por qué decidí autopublicar por ebook, pero en realidad decidí autopublicar por el formato físico. Por supuesto, también se puede adquirir en formato electrónico, pero donde esté un libro físico... 

Es una jugada arriesgada, porque la mayoría de la gente que me sigue en redes y en mi blog ya se la ha leído, pero aun así, no quería quedarme sin mi libro. Y además, gracias a Dios, Amazon permite autopublicar sin gasto alguno. Así pues, ¿qué puedo perder? 


4. ¿Si tuvieras que resaltar un aspecto de tu novela, cuál sería?

Es una historia que se lee en un abrir y cerrar de ojos. Tiene un vocabulario sencillo, y una narración fácil de seguir. Muchas veces esto se toma como algo negativo; parece que una obra literaria solo es buena si es compleja, pero yo creo que hay literatura para determinados momentos. La mía es para pasar un buen rato leyendo una buena historia, entretenida, aunque eso sí, el lector no se va a librar de momentos llenos de tensión. Al fin y al cabo, el objetivo de una obra de ficción es lograr que el lector se evada de la realidad.

Y es que mis historias son así siempre. Mi objetivo a la hora de escribir es entretener, y si por el camino se deja caer alguna reflexión profunda, bienvenida sea. 


5. Como escritor novel ha debido ser un proceso arduo y complicado. 

Más que como escritor novel, yo diría como escritor independiente. Cuando te lanzas a autopublicar sin editorial, y encima con pocos o ningún medio económico, lo tienes que hacer todo tú mismo. TODO. Corrección, maquetación, portada, cubierta, promoción, etc. Y todo ello es muy complicado, sí. Pero por suerte, hay tutoriales muy buenos y yo personalmente tengo ciertos conocimientos en programas de edición, tanto de imagen como de vídeo. Eso sí, requiere mucho tiempo. 

Antes dije que en Amazon se autopublica sin gasto alguno y es así, si lo haces todo tú solo, como digo. Pero claro, estamos hablando de inversión económica; si hablamos de inversión de tiempo... Ahí sí que hay que invertir bastantes horas, porque no vale solamente que quede bien: tiene que quedar lo más profesional posible. 


6. ¿Qué esperas de esta novela? ¿Y sobre tu futuro?

Supongo que lo que cualquier escritor: que guste al lector, que le haya valido la pena la inversión de dinero y tiempo, porque si a él le ha valido la pena, a mí también. Y por supuesto, que la adquieran los lectores que ya la leyeron en mi blog, porque eso quiere decir que les gustó de verdad. Y lo que más me gustaría es que se hagan con el formato físico, que es el que más trabajo ha llevado. 

¿Qué espero sobre mi futuro...? Poder abanicarme con billetes rosas mientras escribo en los días de más calor, ja, ja, ja. 

Ahora en serio. Me gustaría llegar a mucha gente con mis textos, tanto dentro como fuera de España. Supongo que también lo que espera cualquier escritor. 


7. Esta novela es recomendada para...

Para todo el mundo. La pueden leer tanto adultos como adolescentes. Y si se tiene un hijo al que no le asusten ciertos aspectos del terror, también. Como dije antes, es sencilla de leer y les encantará el protagonista. 


8. ¿Algo que añadir?

Hay que apostar por escritores independientes, hay que atreverse a leerlos, y sobre todo, a comprar sus libros, porque hay mucho trabajo detrás. Los libros de autores profesionales también llevan mucho trabajo, claro, pero hay una diferencia. Y esa diferencia la expliqué en la pregunta número cinco.

Pincha en la imagen para comprarlo



domingo, 4 de noviembre de 2018

Libro 'El Espejo'

¿Y si fueras el último?


¡Hola! 

Os escribo para anunciaros que mi novela corta El Espejo ya está disponible en Amazon tanto en tapa blanda como en ebook

Todo el proceso de edición, publicación y promoción ha sido realizado por mí, sin ayuda alguna, durante cerca de un mes. Mi objetivo era que el resultado fuera lo más profesional posible para que el lector que tenga el libro en sus manos sienta que ha adquirido una obra seria, a pesar de ser independiente. Espero haberlo conseguido. 

En 2012 publiqué mi primera novela en coedición con una editorial de autopublicación, ahora retirada del mercado. Así pues, El Espejo es la primera obra que publico en Amazon, de forma independiente. En la página You Are Writer (pincha para leer) hablo más detalladamente de cómo surgió la idea de la novela.

Recuerdo que El Espejo inició su recorrido en este mismo blog, capítulo a capítulo, y que algunos de vosotros seguisteis la historia hasta el final. Luego creé un PDF con la novela completa. Y ahora ha llegado la hora de tener una edición física, de poder tocar sus hojas, de tenerla en la estantería, entre los grandes autores, y además con nueva portada, diseñada y montada por mí, como ya dije. 

Para mí sería un honor que esta pequeña novela que ha tenido un recorrido tan largo, que ha evolucionado tanto (no solo en su formato sino también en su contenido y diseño), que ha llevado tanto trabajo, esté en vuestras manos además de en vuestras mentes

El libro en tapa blanda se puede adquirir por tan solo 5,19€; con Amazon Prime no os cobrarán los gastos de envío y lo recibiréis en tres días. Si se quiere un ejemplar firmado, lo único que hay que hacer es contactar conmigo vía email: rixi127@gmail.com. 

Un saludo, y muchas gracias por la confianza. 

Apostemos por escritores independientes. 


Pincha en la imagen para acceder a Amazon. 





Ver teaser Vida y muerte


lunes, 29 de octubre de 2018

3 días...

¿Y si fueras el último?



Cubierta final de EL ESPEJO

¿Y si fueras el último?


¡Buenas! A continuación os dejo el aspecto final de la cubierta de El Espejo tras arreglar algunas cosillas. 

Recordad: ¡el 1 de noviembre a la venta en Amazon!


Teaser 1: ¿Y si fueras el último?


Teaser 2: Vida y muerte


Teaser 3: Alguien con quien hablar


sábado, 27 de octubre de 2018

'Alguien con quien hablar'. Tercer teaser de EL ESPEJO

¿Y si fueras el último?


¡Hola, Compañeros de Palabras!

Hoy os traigo Alguien con quien hablar, el tercer teaser de mi novela corta El Espejo, a la venta en Amazon el 1 de noviembre

Espero que os guste. 

Sinopsis: Rodeado de cadáveres, entre ellos sus padres, y bajo un cielo amarillo y enfermo, un niño de nueve años crecerá demasiado pronto. Tendrá que hacer frente a un mundo desolado, un mundo postapocalíptico y lleno de peligros que lo obligará a conocerse a sí mismo antes de tiempo y a darse cuenta de que el mundo no es un lugar de juegos. Y todo ello mientras planta cara a lo que un escenario así conlleva: la soledad. 

Reseña: ''El Espejo no copia ni imita a ninguna de las muchas otras historias posapocalípticas que tanto nos han entretenido sino que homenajea y aporta otro capítulo más. Un personaje propio de Ricardo que busca sobrevivir y mantener la poca cordura. ¿Qué harías tú si fueras el único?'' (Jorge Hernández ''En el rincón más oscuro'')


lunes, 22 de octubre de 2018

'Vida y muerte'. Segundo teaser de EL ESPEJO

¿Y si fueras el último?


¡Hola de nuevo! 

Os presento el segundo teaser de mi novela El Espejo, a la venta el 1 de noviembre en Amazon


Sinopsis: Rodeado de cadáveres, entre ellos sus padres, y bajo un cielo amarillo y enfermo, un niño de nueve años crecerá demasiado pronto. Tendrá que hacer frente a un mundo desolado, un mundo postapocalíptico y lleno de peligros que lo obligará a conocerse a sí mismo antes de tiempo y a darse cuenta de que el mundo no es un lugar de juegos. Y todo ello mientras planta cara a lo que un escenario así conlleva: la soledad. 

Reseña: ''El Espejo no copia ni imita a ninguna de las muchas otras historias posapocalípticas que tanto nos han entretenido sino que homenajea y aporta otro capítulo más. Un personaje propio de Ricardo que busca sobrevivir y mantener la poca cordura. ¿Qué harías tú si fueras el único?'' (Jorge Hernández ''En el rincón más oscuro'')

VIDA Y MUERTE


miércoles, 17 de octubre de 2018

Primer teaser de EL ESPEJO y fecha de publicación

¡Hola! Os presento ¿Y si fueras el último?, el primer teaser de mi novela corta El Espejo. Ahí encontraréis la fecha de publicación del libro. Espero que os guste. 

Sinopsis: Rodeado de cadáveres, entre ellos sus padres, y bajo un cielo amarillo y enfermo, un niño de nueve años crecerá demasiado pronto. Tendrá que hacer frente a un mundo desolado, un mundo postapocalíptico y lleno de peligros que lo obligará a conocerse a sí mismo antes de tiempo y a darse cuenta de que el mundo no es un lugar de juegos. Y todo ello mientras planta cara a lo que un escenario así conlleva: la soledad. 


Reseña: ''El Espejo no copia ni imita a ninguna de las muchas otras historias posapocalípticas que tanto nos han entretenido sino que homenajea y aporta otro capítulo más. Un personaje propio de Ricardo que busca sobrevivir y mantener la poca cordura. ¿Qué harías tú si fueras el único?'' (Jorge Hernández ''En el rincón más oscuro'')


martes, 16 de octubre de 2018

¿Y si fueras el último? (El Espejo)

¡Hola! 


Mañana daré a conocer la fecha de publicación de mi novela corta El Espejo. ¡Estad atentos!



Sinopsis: Rodeado de cadáveres, entre ellos sus padres, y bajo un cielo amarillo y enfermo, un niño de nueve años crecerá demasiado pronto. Tendrá que hacer frente a un mundo desolado, un mundo post-apocalíptico y lleno de peligros que lo obligará a conocerse a sí mismo antes de tiempo y a darse cuenta de que el mundo no es un lugar de juegos. Y todo ello, mientras planta cara a lo que un escenario así conlleva: la soledad. 



Reseña: ''El Espejo no copia ni imita a ninguna de las muchas otras historias post-apocalípticas que tanto nos han entretenido sino que homenajea y aporta otro capítulo más. Un personaje propio de Ricardo que busca sobrevivir y mantener la poca cordura. ¿Qué harías tú si fueras el único?'' (Jorge Hernández ''En el rincón más oscuro'')



miércoles, 19 de septiembre de 2018

Reseña de 'Cuatro fases lunares', de C. G. Demian

Cuatro fases lunares es un libro que contiene 4 relatos de terror y suspense. Con cada una de estas historias, el escritor nos sumerge en la mente de sus protagonistas, y explora el lado más oscuro de estas. El rincón más profundo que todos los humanos tenemos pero que nos da miedo comprender, y con razón. Sin embargo puede que llegue un momento en que nos veamos obligados a acceder a él, debido a un detonante que nos pone al límite, que nos acorrala. C. G. Demian nos hace la siguiente pregunta de modo implícito: ¿Tú qué harías en una situación así?

En Días de lluvia, un relato ágil con ciertos toques de originalidad en la resolución de algunos de sus giros, un hombre normal, trabajador, que sueña todas las noches que es ejecutado en la silla eléctrica, decide, por un momento, adelantarse a lo que cree es una visión de su futuro, y asesinar a alguien. Aunque luego no lo lleve a cabo y la trama tome otros derroteros, ese es un pensamiento oculto en aquel rincón oscuro de la mente.

En Salvación, una mujer está aparentemente secuestrada por un individuo que dice haberla salvado la vida tras un posible apocalipsis zombi. Este no parece muy mala persona, simplemente un hombre que busca sobrevivir; pero la protagonista descubrirá que se equivoca. Ese supuesto fin del mundo ha despertado algo en el interior de su secuestrador.
Un relato con un único escenario y dos personajes bien manejado que no aburre en ningún momento. Acción sin fin y diálogos muy interesantes, con un final de infarto.

Inmortal, el tercer relato, tiene un giro fantástico al final de una historia que ha mantenido el suspense incluso estando dividida en dos partes diferenciadas. Una primera en la que se nos narra una trama policíaca y una segunda de conclusión con un ligero toque de terror. Una montaña rusa de géneros. Y cómo no, su personaje principal también echa mano de esa naturaleza oscura agazapada en nuestras mentes. Eso sí, desencadenado por una razón de vida o muerte.

Por último, el libro se cierra con La torre del campanario, sin duda el relato más maduro de los cuatro. Estructurado en el presente y el pasado a través de una carta en la que uno de los personajes realiza una confesión, esta historia desgarra el alma con su sobrecogedor final. Un final intenso y terrorífico. Como en los casos anteriores, dos de los personajes acudieron al rincón oscuro de sus mentes para solucionar una complicación en sus vidas.

Un libro que recomiendo para los amantes del suspense y el terror. Que el nombre desconocido del autor no te eche para atrás. Hay que apostar por escritores independientes y noveles, porque no solo los profesionales tienen talento.

Cuatro fases lunares, un libro para leer bajo la luz de la luna... o no. Eso ya depende de sus fases.



viernes, 20 de julio de 2018

Audio 'Moscas, moscas y más moscas'

La muerte no es lo peor...


¡Hola! Hoy os traigo algo especial: el audio de mi relato Moscas, moscas y más moscas, realizado por el escritor J. D. Martín. No os lo podéis perder; su profunda voz, sumada a la crudeza de la historia, os pondrá los pelos de punta. 

   




Accede al blog personal de J. D. Martín Lo juro por mi tatuaje pinchando AQUÍ. 

Escucha más audios de J. D. Martín pinchando AQUÍ.

martes, 17 de julio de 2018

El recital del calor y la noche

La belleza de la naturaleza es implacable...


El croar de las ranas ascendía desde las susurrantes aguas del río y se extendía por los campos nocturnos. Los grillos frotaban sus alas y producían una continua base aguda. Mientras tanto, los zumbidos de los innumerables mosquitos añadían una nota monótona al recital del calor y la noche.

Si los sonidos de la noche llegaran hasta los oídos de cualquier persona que se encontrara cerca, de inmediato se sentiría en calma, en profunda paz con la naturaleza. Pero también habría lanzado las manos contra el aire para ahuyentar a los mosquitos, al tiempo que observaba a una rana distraída y trataba de encontrar la dirección del canto de los grillos.

De hecho, había alguien allí.

La piel que quedaba al aire libre era acribillada por los mosquitos, quienes sedientos, hundían sus delgadas trompas, para después, absorber una sangre fría y espesa. Pacientes, las ranas desplegaban su pegajosa lengua para atraparlos antes de que, saciados, reanudaran el vuelo y los zumbidos. Por su parte, los grillos no detenían su canto a pesar de la cercanía de aquel ser humano. Y mientras todo ese ciclo vital transcurría, la música nocturna no cesaba. Al fin y al cabo había motivo de alegría. Era la primera noche de verano.

Aunque para el cadáver que había en la orilla del susurrante río, rodeado por el croar de las ranas, el canto de los grillos, y los zumbidos de los mosquitos que acribillaban su piel pálida, había sido la última.



*Este microrrelato fue escrito para un reto en el que había que crear una historia basada en la imagen de arriba. 

domingo, 1 de julio de 2018

Antología 'Escritos con mucho mimo'

Dejarás de temer a los payasos


Ya está disponible en descarga gratuita y PDF la antología de relatos que he publicado junto a C. G. Demian y Federico Rivolta. En ella encontraréis historias que giran en torno al mundo más oscuro de los mimos. Después de leer estos relatos, los payasos os parecerán cosa de risa.

Los mimos son unos seres misteriosos que navegan el silencio. Son pocos los que los han tenido en cuenta. Sus colegas, los payasos, han tenido siempre el foco apuntando sobre sus cabezas. Pero esos tiempos terminaron. En esta antología sacaremos a relucir toda la verdad sobre los mimos.

Dejarás de temer a los payasos.
C. G. Demian

Para descargarlo, pinchad en la imagen.



miércoles, 23 de mayo de 2018

Atado al silencio

La obsesión puede ser un pozo sin fondo


Marcel Salazar intentaba escribir el motivo de su muerte, y al mismo tiempo sentía la imperiosa necesidad de dejar el lápiz a un lado y acabar con todo de una vez. ¿De qué servía escribir una carta?, se preguntaba. ¿Qué objetivo tenía alargar el momento más que el de hacer crecer su angustia?

Cinco minutos, cinco lentos y somnolientos minutos llevaba sentado a la mesa del comedor, con el lápiz bailando en sus manos y una hoja blanca ante los ojos. Su tormento se estiraba con cada eterno segundo, como los relojes de Dalí, y sin embargo, ahí se hallaba aún. «¿Por qué he de escribir esto? —volvió a preguntarse—. ¿Por qué, si el lápiz no cesa su macabro bailoteo entre mis dedos? ¿Por qué, si no necesito las palabras?»

Hacía seis meses que le diagnosticaron la enfermedad, y había avanzado a pasos agigantados. Uno de los motivos de ello fue, aparte de la naturaleza de la propia afección, su deterioro psicológico. Durante esos meses, Marcel Salazar descubrió que aquel concepto teórico llamado «efecto mariposa» tenía poco de teórico.

La psique de Marcel empezó a derrumbarse cual cueva inestable tras un grito cuando le informó de los resultados a su jefe. El grito que inició el fin de su cordura fue aquella odiosa palabra: «Despedido». Aunque no llegó a pronunciarse realmente.

Marcel no podía creérselo. No cabía duda de que eso podía ocurrir, pero tenía la total certeza de que los treinta y cinco años que llevaba trabajando para la pequeña empresa Diversión sin palabras y su indiscutible talento, lo salvarían de la peor posibilidad.

No fue así.

—No puedes estar hablando en serio —le había reprochado Marcel a su jefe.

—¿Qué quieres decir, Marcel? —había replicado aquel joven que dirigía la empresa de su padre fallecido.

—¡Cuando yo entré a formar parte de esta empresa, tú estabas aprendiendo a andar! ¡Y trátame de usted, tú no eres tu padre!

El joven, vestido con una de sus miles americanas deportivas, en esta ocasión azul cielo con coderas rojas, se había inclinado sobre la mesa y despegado las manos cruzadas, en gesto de paz. Marcel podía ver que trataba de mantenerse sereno.

—Marcel, sea realista, ¿quiere? No puede trabajar en este estado.

—¡¿En este estado?! —La furia iba creciendo en su interior al tiempo que el sofoco de su rostro—. Aún puedo controlarlo. Soy capaz de mantenerme más inmóvil que cualquiera de los demás imbéciles que tienes contratados. Y en cuanto a la mímica no hay ningún problema en absoluto.

Al otro lado del escritorio, unos ojos rodeados de unas pestañas tan claras que apenas se veían lo miraban dubitativos. El jefe de Marcel chasqueó la lengua.

—Lo siento, es cuestión de tiempo —dijo finalmente, y Marcel creyó detectar un ligero temblor en la voz—. Y en cuanto a eso de que puede controlarlo… —Pareció pensarse mucho lo que dijo a continuación—. Demuéstremelo.

Aquello fue lo que terminó rompiendo la compuerta que impedía liberar toda la furia de Marcel. La tez de su rostro se tornó de un rojo tan intenso como el de un pimiento, las mandíbulas temblaron por la fuerza con la que apretaba los dientes, y las uñas dejaron hoyos en las palmas de sus manos. El alto respaldo de la silla de oficina rechistó cuando el joven jefe se aplastó contra él, como si pudiera atravesarlo y desaparecer de la vista de la enorme mole roja que tenía delante.

Los puños de Marcel Salazar golpearon con fuerza la superficie de la mesa. El ordenador portátil se levantó ligeramente. Algunos folios dieron un brinco y descendieron suavemente a su sitio. Bolígrafos y lápices saltaron del bote que los guardaba y repiquetearon al caer. Un marco con una foto del antiguo jefe perdió el equilibrio y cayó boca abajo, como un soldado derribado en batalla.

—¡Yo no tengo que demostrarle nada a nadie, niñato de mierda! —estalló Marcel, mientras señalaba con un rígido dedo a escasos centímetros de la nariz del joven—. ¿Quieres echarme? ¿Te la pone dura echar a un veterano de la empresa que levantó tu padre? ¡Pues no te daré ese placer! ¡Cuando vuelva esta tarde, quiero el finiquito aquí mismo!

Dicho eso, Marcel salió del despacho con un portazo.

Marcel pensaba que alguna otra empresa perdería el culo por contratarlo tras su larga experiencia, pero tras acudir a media docena de ellas a lo largo de una semana, perdió la esperanza. El problema no era su currículum, le decían, el problema era el temblor de su mano derecha. Marcel se ahorraba mencionar la recién diagnosticada enfermedad, pero no podía ocultar su mano.

Tras acudir a la última empresa en la que lo rechazaron, probó suerte como artista callejero. Amaba su trabajo. Había estado viviendo de ello treinta y cinco años. Y mucho antes de ser contratado en Diversión sin palabras había estado alegrando las calles con sus diferentes roles de estatuas y con sus números de mímica silenciosa. Desde muy pequeño empezó a interesarse por ese mundo mudo repleto de bellos gestos. Le fascinaba el hecho de contar una historia sin mediar palabra. Al mismo tiempo, le resultaba un misterio cómo aquellas personas que veía por la calle se mantenían inmóviles hasta tal punto de parecer auténticas estatuas.

Cuando le contó a su padre lo que quería ser de mayor, este no le dio ninguna importancia. Era un niño, y los niños siempre quieren ser muchas cosas de mayores. Lo único que le extrañaba al hombre era que no quisiera ser bombero o maquinista de tren.

Pero cuando el muchacho dejó los estudios para colocarse en una de las calles más concurridas de la ciudad, su padre empezó a comprender que aquello no era una simple ilusión de un niño.

—Bien, si quieres vivir el resto de tu vida bajo un puente, es tu problema —le había dicho su padre, con la intención de disuadirlo. Sin embargo, Marcel Salazar, a los dieciocho años  de edad, estaba más decidido que nunca a seguir con su sueño. Y las primeras monedas que consiguió lo ayudaron a fortalecerlo.

Poco tiempo después, un hombre alto como un jugador de baloncesto y delgado como uno de ellos, vestido con traje y corbata, se detuvo ante él. Un fuerte olor a colonia masculina le taladró la nariz. Marcel era en esos momentos una estatua oxidada de hojalata. El hombre se quedó tanto tiempo parado frente a él y sin echarle ninguna moneda que Marcel empezó a temer que la inquietud que experimentaba en su interior se exteriorizase y estropeara su número.

Pero finalmente, el hombre de aspecto importante y jugador de baloncesto habló.

—Eres bueno, chico. ¿Cuántos años tienes?

¿Qué estaba pasando?, se preguntaba Marcel. ¿De qué iba ese tipo?

Marcel no respondió. Un mimo jamás habla durante su actuación.

El hombre tenía la vista fija en sus inmóviles ojos. Le costaba horrores no desviar la mirada. Sentía que las piernas estaban a punto de flaquear…, pero la sonrisa de aquel individuo lo tranquilizó un poco. Entonces Marcel percibió que introducía una mano en el bolsillo interior de su americana, sacaba una tarjeta, y la depositaba en el bote destinado a las monedas. A continuación, sin decir nada, se marchó. 

Durante la hora que quedaba de espectáculo, el chico se resistió a la tentación de romper su inmovilidad y echar un vistazo a la tarjeta. Pero no lo hizo hasta que acabó.

Se agachó en cuanto el reloj que había a sus pies indicó la hora de acabar, con los músculos agarrotados, como de costumbre, y antes de contar el dinero ganado aquella jornada, cogió la tarjeta entre sus dedos y la leyó.

Diversión sin palabras, rezaban unas letras rojas sobre un fondo de rayas blancas y negras. Y más abajo una dirección y un par de números de teléfono. Tardó unos cinco días en decidirse, pero finalmente acudió a la dirección, y allí lo llevaron al despacho del hombre alto como un jugador de baloncesto y vestido como una persona importante. Era el jefe de la empresa. El padre del joven que había intentado despedirlo treinta y cinco años después. Y ese era el despacho en el que aquello ocurrió.

Más de un cuarto de siglo después, Marcel no tuvo el mismo éxito en la calle que a los dieciocho años. La gente pasaba a su lado y veía una estatua de Buda enorme, con una barriga amenazante, se detenía unos segundos fascinada… pero en cuanto observaban un poco más detenidamente, veían el temblor de su mano derecha, fruncían el ceño, y lo miraban con ojos llenos de compasión. Algunas monedas caían en el bote, más por pena que por asombro, pero no las suficientes como para poder vivir de ello.

Probó también el espectáculo de mímica, realizando los números que lo habían convertido en el mejor mimo de la empresa, pero las paredes invisibles que palpaba, o las cuerdas de las que fingía tirar, entre otros muchos más números, no debían de parecer lo suficiente sólidas y creíbles a los ojos del espectador. Y el propio Marcel, a su pesar, iba sintiendo cómo la enfermedad empeoraba cada vez más, cómo con cada día que pasaba, era menos capaz de controlar su mano, y luego su brazo, y más adelante la parte derecha de su rostro.

Se encerró en el piso que se vio obligado a alquilar, en la segunda planta de un viejo edificio de cuatro. Y allí logró sobrevivir con el dinero del finiquito y lo poco que ahorró en sus últimos números callejeros. No salía de la casa ni siquiera para comprar comida. Llamaba a un servicio a domicilio cuando se agotaba, y esto ocurría cada vez con menos frecuencia, ya que había días en los que apenas probaba bocado. Nadie se preocupaba por él; nunca había tenido amigos, solo compañeros de trabajo con los que de vez en cuando había ido de copas. Y hacía años que no sabía nada de la escasa familia que tenía.

Con ese modo de vida, la enfermedad empeoraba con mayor rapidez, pero no solo empeoraba el maldito Parkinson; también su mente.

La depresión lo llevaba a pensar en el niñato que sucedió al hombre que lo contrató, y lo llenaba de furia y rabia. En ocasiones, una inyección de esa cólera se filtraba por cada uno de sus músculos y se dirigía a la puerta, decidido a presentarse en el despacho y arrancarle la cara. Pero en cuanto alzaba la mano y trataba de agarrar el pomo con aquel brazo y aquella mano que ahora parecían funcionar por su cuenta, la rabia retrocedía y se ocultaba bajo el oscuro manto de la depresión.

No obstante, aquello no era lo peor. Lo peor era cuando se hundía en un pozo obsesivo. Cuando pensaba que era un mimo de verdad. Es decir, cuando se convencía de que los mimos y los humanos eran dos seres diferentes. Entonces se maquillaba el rostro de blanco, se empapaba en agua y gomina su rizado pelo largo y lo echaba hacia atrás, brillante como el metal pulido. Se ponía los guantes blancos y el traje y se pasaba días enteros actuando como un mimo. En esas etapas, nada de lo que le rodeaba era real, pertenecía al mundo de los humanos, y él no era humano; era un mimo, y el mundo de los mimos no se regía por las mismas reglas que el de aquellos seres inferiores. No. El mundo de los mimos era invisible, invisible para ojos humanos, por supuesto, pero no para los ojos de un mimo. Así pasaba días sin comer en realidad, porque la acción de llevarse comida inexistente a la boca, procedente de un plato y tenedor inexistentes, era su alimento. Cuando necesitaba hacer sus necesidades, no iba al cuarto de baño, las hacía en su váter imaginario, en este caso, sobre la alfombra del salón. Y esto era cuando se hundía en el estado de mímica. Cuando se trataba del inmóvil, se lo hacía todo encima, pues no se movía durante unos días.

Al salir de aquel pozo obsesivo, se daba cuenta de lo sucedido y lloraba, desesperado. La angustia llegaba a ser tan intensa, que empezó a tener pensamientos peligrosos para sí mismo. Sin embargo, nunca llegaban a materializarse.

Hasta ahora. Seis meses después.

Los cambios de estado se hicieron cada vez más frecuentes. Los accesos de furia acabaron desapareciendo por completo, sustituidos por las entradas y salidas del pozo. Y a su vez, estas acabaron dominando la mayor parte de sus días, hasta tal punto, que los momentos de relativa lucidez, repleta de angustia y dolor, disminuyeron a unas pocas horas una o dos veces por semana. Finalmente, tres días antes de ese en el que se sentó a la mesa del comedor a escribir la carta de suicidio, su mente se rindió al estado obsesivo, y decidió por sí sola que no quería regresar al estado depresivo infestado de recuerdos temblorosos y humillantes. Y aquel mismo día, la angustia penetró en el pozo también, y con ella los pensamientos peligrosos. Su mente obsesiva se las apañó para dejar pasar un poco de conciencia sobre sí mismo, sobre su estado, sin llegar a salir del pozo. Y Marcel decidió que era hora de materializar aquellos pensamientos.

De modo que allí se hallaba aquella tarde. Las cortinas, a medio echar, dejaban paso a una lámina de luz ante la que flotaban motas de polvo y pestilencia. Era suficiente para hacer ver a Marcel lo que intentaba escribir. Su psique estaba dividida en dos al mismo tiempo. Un pequeño vestigio de lo que era antes, y uno más grande de lo que era ahora. El humano frente al mimo. Por un lado sabía que lo que tenía en la mano y frente a sus ojos era necesario para llevar a cabo lo que se proponía, pero por otro lado, sabía que no podía existir. Marcel estaba muy confuso, aunque no por ello menos decidido.

Tras media hora con el lápiz sostenido mediante sus rígidos y temblorosos dedos, Marcel Salazar se dio cuenta de que no tenía nada que decir a nadie… No, eso no era exactamente así. No tenía que decir nada a nadie con palabras, esa era la verdad. Los mimos no usaban palabras, su cuerpo era todo lo que necesitaban para comunicarse; así pues, ¿qué hacía todavía ahí sentado? Era la hora de irse, y su propio cuerpo diría todo lo que tenía que decir.

Dejó el lápiz sobre la mesa y cuando se disponía a levantarse, llamaron a la puerta.

—Don Marcel, abra, soy Carmen —dijo una voz al otro lado. Y volvió a llamar con insistencia—. Maldita sea, abra, señor Salazar. Sé que está ahí. Me debe los dos meses; ya he tenido suficiente paciencia.

«¿Marcel? —se preguntó—. ¿Quién es Marcel? Yo soy un mimo. Soy el Mimo.»

Y rió con fuerza —aunque en silencio— sin percatarse de que también lloraba, presa de una angustia incontrolable. El Mimo reía; Marcel lloraba.

Sin dejar de reír y llorar, Marcel retiró la silla en la que había estado sentado y se subió en ella, al tiempo que el Mimo lanzaba una cuerda imaginaria por encima de una viga imaginaria. Una vez encima de la silla, el Mimo, con el rostro rayado de surcos en el maquillaje debido a las lágrimas, hizo un nudo invisible y se rodeó el cuello con el lazo.

A continuación, escuchando los golpes en la puerta y la voz de la señora Carmen tras ella, el Mimo estiró una pierna temblorosa, y Marcel golpeó con ella el lateral del asiento. La silla se desplazó. La pierna izquierda se desequilibró por el movimiento y al apoyar el pie izquierdo sobre el borde que había sido golpeado, la silla se inclinó. El pie perdió el contacto y quedó en el aire junto al otro. Al tiempo que la silla caía de costado sobre el suelo, el cuerpo de Marcel, sostenido por la cuerda invisible del Mimo, se desplomó.

El cuello del Mimo no se partió al ajustarse el nudo invisible, pero el cuello de Marcel Salazar sí se partió al chocar contra el borde del asiento de la silla.